DÍAS DE SEGUIR ESTRELLAS
Vuelvo a escribir sobre mis hijas, que es como volver a escribir sobre niños. Estos de la Navidad son días de ellos por excelencia, pero también de todos los adultos que aún somos capaces de sentir por nuestros años de mayores el pálpito del lejano tiempo de la infancia.
Vuelvo a escribir de ellas como si por mis hojas, lo mismo que por casa, igualmente estuvieran de vacaciones. Corretean y transitan mis líneas como lo hacen por las habitaciones calientes de estas fechas, cuando se levantan sin prisas ni temprano, sin acarrear mochilas camino del colegio. Pero más que yo, lo mejor lo están escribiendo ellas. Anoche, ya de madrugada, me encuentro por sorpresa una nota de Marta en la que me dice:
-Papá, ¿podemos ir mañana los dos juntos al hospital? Es que siento que necesito ir a ver a los niños con cáncer, porque si nosotros estamos bien, deberíamos de compartir nuestra felicidad con los niños que lo están pasando mal, siendo inocentes, que no se merecen estar así, ni ellos ni nadie. Quiero vivir a tu lado la experiencia de hacer reír a alguien que lo necesita. Lo único que pienso es que mi único deseo del año 2015 es hacer feliz a alguien, aunque sea un rato. Te quiero mucho, Súper Papi.
Me han pasado cosas grandes en esta vida. Muchas. He sido afortunado. Pero tengo la sensación de que precisamente en estos años estuvieran ocurriéndome las mejores, las más sorprendentes, las que más me deslumbran.
Cuando una hija te escribe esto, la vida de uno está girando mucho más de lo que hubiera podido calcular o predecir. Diría que siento dirigirme hacia horizontes que mi propia vista nunca hubiera alcanzado a divisar. Qué poco son ya mis ojos sin la mirada de mis hijas. Qué miope me descubren. ¡Cuánto tengo que aprender todavía por mucho que yo me dedique a enseñarlas! Cuando una hija te invita a esto, es como si te sintieras el padre de quien más te va a salvar.
Y procurando darle un último consejo antes de partir para la planta de oncología, aún voy a sentirme más pequeño ante su grandeza:
-Vas a meterte en una auténtica aventura de amor, que lo sepas, porque no siempre se supera esa enfermedad y puede que de entre tus nuevos amigos un día te cuenten que alguno ya no está. El desgarro será fuerte…
-Eso no me da miedo. No voy a dejar de respirar porque un día tenga que morirme, ni voy a dejar de querer pensando en que pueda romperse. Papá: no nos hacen maduros los años, sino los daños.
Llevo lustros colgando papeles de cielos para el Belén. Y puedo jurar que en mi vida he visto nacer a Dios con un fondo de estrellas tan luminosas como las que hacen temblar su brillo en el corazón de Marta.
José María Fuertes
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