ESA EMOCIÓN LLAMADA ESPAÑA
La cautela es mi conducta cuando me siento envuelto por la Historia, porque sé que va más allá, mucho más allá de mis días y de mi tiempo en la vida. Me impone mucho eso que llaman la perspectiva histórica, la necesaria distancia con los acontecimientos que nos sobrepasarán en siglos.
Ante la abdicación de Juan Carlos I y la proclamación del nuevo Rey Felipe VI, he preferido quedarme de observador, mirar a los demás, escuchar sus opiniones, atender sus reacciones, aprender mucho y rápido, como un curso intensivo de hechos que no domino fuera de los absolutismos, respetar a los partidarios de la Monarquía y a los de la República, pues se supone que la nuestra es una sociedad democrática en la que no debería atentarse nunca contra el derecho fundamental a la libertad de expresión.
De mí mismo no sé si soy monárquico o republicano u otra cosa. Ya me parece mucho tenerme por español. Y cuando hablan del valioso papel que en democracia ha jugado y juega la Corona, también ignoro hasta dónde llega esa noción. Me siento a años luz de los entresijos que deben manejarse en las altísimas cúpulas del poder. Aunque un Rey reine, pero no gobierne, puedo llegar a imaginarme la de toques y tirones de oreja que da un monarca a una clase política cada vez más impresentable.
De lo único que estoy seguro es de que, de la manera que sea, con rey o republicanos, quiero la paz de mi país, lograda una vez más en este difícil arte por el que pasamos de unas cosas a otras con asombrosa y ejemplar naturalidad.
El discurso de ayer tiene la inercia propia de todos los discursos: la grandilocuencia. Estuvo hinchado legítimamente de irrealidades, pero también enaltecido por su recuerdo a las víctimas del terrorismo y la preocupación por los parados. Con todo, cuando escucho como ayer a un hombre joven cargado de palabras de buena voluntad, pronunciando deseos de esperanza para un destino común, ofreciendo la inteligente fórmula de una monarquía renovada para un tiempo nuevo, ni siquiera considero ya que quien habla es un rey, sino un ser humano lleno de noble ilusión y preparado concienzudamente desde niño, con el que siento correr por mis venas esa emoción llamada España.
José María Fuertes
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