BAILANDO CON LOBOS
Quiero confesar un pequeño truco cuando escribo; un sencillo truco seguramente nada original, pero muy útil para mí: y es que lo hago con música. Pero no cualquier música. Es un conjunto bien elegido de auténticas composiciones sobre la serenidad y la paz de las madrugadas. Son unas cuantas obras maestras que se alternan unas con otras según el tema que abordo.
Me ayudan, me sosiegan, y en mi caso es verdad que la música amansa a las fieras. No crean que soy todo lo que me leen. Muchas veces escribo a lo que aspiro. Y antes de que suenen esas piezas meticulosamente elegidas por mí durante años, como una valiosa colección de tranquilidades, puedo asegurar que no llegué tan dulce ni tan calmado ante el ordenador como pudiera parecer. Dice una de las mujeres que más me quiere:
-Lo que tú tienes no es genio, Pepe; es jenio con j.
Y lleva razón en que soy más jenial que genial. Sería un escritor diferente sin mis músicas, mucho más agrio y menos reflexivo, más violento y menos pacífico. Tienen suerte de encontrarse mis textos cuando ya han pasado el filtro de la música (que es, por cierto, uno de los dialectos en los que mejor se expresa Dios).
Uno de esos temas que me elevan por encima de tantas crispaciones en las que nos han condenado a todos, se lo debo al maestro John Barry y lo compuso para la película “Bailando con lobos”. Es estremecedor, me saca del mundo para mirarlo mejor desde fuera, desde el espacio. Y hace más de veinte años que suelo escucharlo mientras rezo, o suelo rezar mientras lo escucho.
Es una música cargada de noche y estrellas, de quietud de campos apenas vislumbrados por la luna. Pero lo que más me conmueve es el hecho de guardar en su título la gran verdad de nuestras vidas: porque es cierto que nos la pasamos bailando con lobos, aprendiendo a salvar la piel entre ellos, sonriendo cada vez que nos acechan precisamente en la sonrisa, danzando mientras amenazan justo nuestros más mínimos movimientos.
Sé bailar con lobos, ante lobos. Estoy en ese preciso momento del hombre en el que no pierde el paso ni cuando otros persiguen cortarle sus caminos; en ese tiempo en el que no se queda ya sin música, aunque los demás se dediquen a aullar desde sus tristes sombras, que ya no me dan miedo.
José María Fuertes
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