La feria y las sevillanas por Francisco Gallardo
Con las gafas de la memoria veo a madre bailando una sevillana bolera. Ay, también la alegría hiere. Aquella mujer, que te había traído al mundo en un invierno arisco, frío, desabrido, estallaba en primavera. Dejaba pasar la chiquilla que todavía llevaba dentro. Enlazaba los brazos por encima de la cabeza mientras hacía sonar los palillos. Cimbreaba la cintura hacia atrás, alta como era, una palmera al viento. Con las manos simulaba la caricia fluctuante de las olas. Con las piernas hacía abanicos, primero a la izquierda, luego a la derecha. Luego giraba sobre la peonza de su bendita juventud. Ella nunca se vio bailar. Odiaba los espejos. Uno la está mirando ahora cuando su ausencia se va haciendo, cada día, más sonora.
Hay quien defiende que el lenguaje definitorio de Sevilla es el baile, en concreto las sevillanas. Seguramente así sea. Le gustan a uno las sevillanas porque es el baile más democrático que conoce. Ha visto uno bailarlas tanto a la ricachona de alhajas cascabeleras como a esa muchacha arrabalera, tímida, que no se atreve a enseñar al mundo sus ojos de luna.
Bailan sevillanas los tontos y los listos. Los hombres desaliñados y las flamencas con el talle de reloj de arena. Bailan sevillanas la abuela y la nieta, pasándose el bendito relevo de la alegría. La vida es una carrera de obstáculos que se suspende durante siete días. En la ciudad azul se suspende, por decreto, la tristeza. ¿Cuántas historias de amor se trenzaron con el baile? Allí, en la ciudad irreal, bajo el luminoso firmamento de bombillas que no deja ver las estrellas. ¿Quién, que naciera aquí, no se ha prestado al galanteo bailado de aproximaciones y retiradas? ¿Quién no ha dejado, alguna vez en abril, que la emoción mueva sus manos?
La postura, de él o de ella, antes de empezar a bailar una sevillana es toda una actitud ante el mundo una filosofía de la espera de la plenitud. Luego comienza el torbellino: de punta y tacón, cambios de lugar de frente, de espaldas, zapateado, taconeo, vueltas y más vueltas. Hasta la misma terminación del baile, en el “bien parado” que así llamaban los antiguos a la postura final, esa escultura efímera en la que todo permanece quieto unos instantes. La sevillana manera de parar el mundo. Feliz Feria 2024.
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