MARÍA JOSÉ SANTIAGO PROFETA EN JEREZ DEL SALVADOR DEL MUNDO
Lo que yo vi -y he visto tela de cosas- anoche en el Teatro Villamarta de Jerez, es uno de los sucesos más grandes que uno haya podido contemplar sobre un escenario. Si me apuran, más allá incluso del escenario.
Cualquier día me meto en un lío del que no sepa salir. Cualquier día acudo como ayer, invitado en calidad de cronista acreditado de espectáculos, y me meto en una encerrona de la que no me saca ni quién te digo yo… Porque me debato entre lo indescriptible y mi obligación de describir, porque me encuentro ante lo inesperado y lo que se espera de mí.
Hubiera sido imposible -¡imposible!- el montaje de La zambomba de Jerez a Belén sin el protagonismo de María José Santiago, sin duda en el mejor momento de su carrera. Está pletórica de facultades y recursos, doctorada en cantes, pellizcos y repelucos. Magistralmente conmovedora. Sólo una sabiduría artística de muchos quilates puede obrar este auténtico prodigio escénico que arranca desde 2010.
Está magníficamente acompañada por una veintena de imprescindibles, entre músicos y coros, como si con la Peña El Garbanzo se hubiese llevado a cabo un casting perfecto para un reparto de papeles y roles en el que nadie sobra ni falta. Todos impecables en sus cometidos bajo la dirección de José Gálvez, con intervenciones puntuales y adecuadas como la del cante de Esperanza Fernández. Pero puedo asegurar que me sentiría injusto dando relevancia a unos más que a otros en una obra flamenca de una pieza, en la que todos encajan a la perfección.
María José Santiago demuestra una capacidad que no le ha regalado nadie, es una artista tallada a mano a lo largo de una trayectoria de años enfrentando retos difíciles y en solitario, arriesgando fuerte su nombre propio. Está en el sitio justo de la experiencia y las facultades para acometer atrevimientos tan valientes como el de La zambomba. Gestualmente está precisa, en la línea exacta donde un artista ni se pasa ni se queda sin llegar. Puede atravesar las agitaciones emocionales de un espectáculo de tal naturaleza, pero con el mayor de los aplomos interiores. Para decirlo lo más claro posible: le vibra el corazón, pero no le tiembla el pulso. Baja incluso desde el escenario al público, lo involucra en un solemne anuncio profético de la venida de Dios al mundo, lo hace partícipe de su espectáculo-acontecimiento (o acontecimiento espectacular) como si fuera un figurante principal más, le cuenta y le canta una letra de nostalgia, perdón y familia en “Sirva la Navidad”, una de las interpretaciones álgidas del conjunto del amplio repertorio. Y, cuando por ceder su reinado escénico a los momentos en que la releva Esperanza Fernández como invitada, vuelve a levantarse de su silla María José Santiago, parece como cuando el mar regresa con un oleaje embravecido de fuerza y energía.
Vocalmente portentosa esto no es ya sólo una cantante -nunca lo fue meramente-, sino una artista poderosa capaz de convertir un teatro de solera en un cálido hogar de Nochebuena. ¡Dos horas y media y nadie se quería ir, apurando la hora de cierre legal de aquel templo del arte jerezano! María José Santiago, con sabor de cueva y pastores, con techo de estrellas y luna, con aroma de braseros de cisco antiguo de la mejor memoria navideña, nos había hecho sentirnos en familia y ¡nadie se quería ir de casa!
José María Fuertes
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