Francisco Gallardo escribe sobre su nuevo libro con Juan Antonio Corbalán
«Jugué un baloncesto sin marcadores electrónicos hasta que se construyó el pabellón de Chapina que sucumbió para que naciera la Sevilla de la Expo 92. Con la destrucción de Chapina, se hundió la Antártida del deporte sevillano: atletismo, balonmano, rugby, natación.
Un espacio mágico que reunía una alquimia maravillosa. Aquellos maravillosos años de Chapina. Si traigo esto a cuento es porque en ese pabellón fue la primera vez en mi vida que vi a mi ídolo que se llamaba, casualmente, Juan Antonio Corbalán. Se jugaba un trofeo que llevaba el nombre de “Pedro Ferrándiz” y que organizaba mi querido club Amigos del Baloncesto.
El partido estrella era Simenthal de Milán junior- Real Madrid junior. El crío de trece años, aniñado, delgaducho, botas all-star, calcetines hasta la rodilla, calzonas blancas pequeñas, cubre camiseta azul y blanco del Club Amigos, que llevaba el cartel del Real Madrid era yo.
Al menos eso atestigua una fotografía en la que el gran Pedro Ferrándiz le entrega el trofeo de infantiles del año anterior. El crío echó a andar hasta el centro del campo, los jugadores del Real Madrid junior detrás con banderines. A la cabeza, su capitán, un tal Juan Antonio Corbalán».
Muchos años después, dos amigos, escriben estas historias de baloncesto. En sus páginas confluyen el baloncesto de altísimo nivel que jugó Corbalán con el baloncesto provinciano que jugó un servidor. Incluye un capítulo, «El hombre que escuchaba a MIles Davis», un homenaje a Manuel González, el gran «Pepito» que ahora juega gloriosamente otra liga, en otra cancha.
El padre de los raperos Tote KIng y Shotta y de su hija Lola. Compañero eterno de Lola. El libro incluye guiños a otras muchas personas que me ayudaron a ser feliz jugando al invento más inútil del mundo: el baloncesto. Editado por Almuzara ya está en librerías. Es sólo un juego pero los dos, de una u otra manera, le dedicamos mucha vida.
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