Mientras alguien nos recuerde (Vida novelada de Eulogio Serrano) de Charo Jiménez
Ateneo de Sevilla
28 de septiembre de 2022
Francisco Correal
Vamos a asistir a la presentación de la biografía de un revolucionario. A Eulogio Serrano le daría un silbido la corbata al escuchar ese epíteto sobre su persona, pero me voy a ceñir a los datos, o sea, a las cifras. Eulogio nació el primer día de octubre de 1917. Octubre del 17. El mes y el año de la revolución rusa, la de otro Vladimir, el Lenin de los posters. Cada 17 años asistíamos a una revolución. En 1934, también en octubre, llega la Revolución de Asturias, del vodka a la sidra, antesala de esa guerra civil que nuestro hombre se tragó en el frente y para mitigar sus estragos decidió vivirla como una película. Entre Stanley Kubrick y Berlanga, aunque sus Senderos de Gloria fueran más de Berlanga, por el homenaje que le hicieron en el programa de Consuelo, que de Kubrick y Kirk Douglas. Con los años, cuando fueron a representar El encierro de San Serapio a las casas andaluzas de Cataluña, descubrió que el presidente de esos hogares de la emigración, don Crispín, había coincidido con Eulogio en la batalla del Ebro, pero en el otro bando. Qué lección contra el gerracivilismo gratuito y de pacotilla y de veneno. Contemos 17 años más y nos plantamos en 1951. Eulogio está de gerente en el cine Palacio Central y aquello sí que fue una revolución en toda regla: el estreno de ‘Lo que el viento se llevó’. Y 17 años después, nos vamos a 1968, pero el mayo francés de la Sorbona fue un aperitivo comparado con el junio sevillano, la Misa Flamenca en el Polígono San Pablo, el Concilio Vaticano II traducido a la fragua y el pellizco, el Credo por peteneras de Naranjito de Triana, el Agnus Dei por seguidillas de Antonio Mairena. Y el premio Ondas que se llevó esta osadía de unir las encíclicas de Roncalli, el Papa Juan XXIII, con los recovecos del duende. 17 años después, 1985, Gordillo ficha por el Madrid. Y 17 años más tarde, 2002, primer año capicúa del nuevo milenio. En el último capicúa del siglo XX, 1991, pierde Eulogio a su Josefina, la que le convirtió en Bonaparte de las minas.
Eulogio hizo las Américas mucho más joven que Colón y que Hernán Cortés. Y las deshizo más rápido. Leyendo el libro de Charo Jiménez se iban montando sobre las historias que cuenta las bocanadas de la actualidad: un nuevo aniversario del 11-S y la llegada de Eulogio, a sus dos años, con Carmela, su madre, a la isla de Ellis, la de los sueños rotos, a bordo del Manchuria; la muerte de Isabel II de Inglaterra después de siete décadas de reinado y los recuerdos del Año de los Tiros, en 1888, quince años después de que el presidente de la Primera República Estanislao Figueras le vendiera las minas de Riotinto a tres familias británicas. “Nunca en el cumpleaños de la reina Victoria”, como tituló la historia de este yacimiento David Abery. Riotinto, la patria chica de Eulogio, que con su cámara de fotos fue el complemento perfecto de tantos ríos de tinta de la historia de la ciudad de Sevilla, algunos muy trágicos, como el accidente de la avioneta de la Operación Clavel que vivió desde el camión de los reporteros gráficos el 19 de diciembre de 1961, las Navidades más tristes de la ciudad, o el último reportaje fotográfico unos meses después, marzo de 1962, en la finca de Gómez Cardeña con su amigo Juan Belmonte antes de que éste hiciera el paseíllo de la muerte con la terna de sus admirados Ernest Hemingway y Stefan Zweig. El mundo de ayer, qué buen título de este último para retratar la vida de Eulogio Serrano. También se coló en la lectura el 120 aniversario del nacimiento del poeta Luis Cernuda, el sevillano de la calle Acetres que murió en México un año después que Belmonte, el mismo año que Juan XXIII. Dicen que Cernuda dejó sobre su máquina de escribir un texto sobre el teatro de los Álvarez Quintero, los dramaturgos a los que tanto se reivindica en este libro y a quienes durante casi medio siglo la Agrupación Álvarez Quintero que fundaron Gelán padre y Eulogio Serrano homenajeaban todos los 29 de junio en el parque de María Luisa.
Radio, prensa, cine, teatro, fotografía. Nada le fue ajeno a este renacentista de la mina, un pueblo minero en el que tuvo lugar la primera manifestación ecologista de la que se tiene constancia contra los humos y el expolio del país al que Matías Prats en la retransmisión del gol de Zarra a Inglaterra en Maracaná en 1950 y Saramago en su novela ‘El año de la muerte de Ricardo Reis’ llamaban la pérfida Albión. Estaba predestinado Eulogio a inmortalizar algunos de los mejores goles de Nervión y de Heliópolis, siendo hijo del pueblo por donde entró el fútbol en España. “De Riotinto a La Roja”, tituló Jimmy Burns Marañón, hijo de un espía británico y nieto del doctor Gregorio Marañón, una historia del balompié hispano.
Voy a favor de corriente porque Eulogio es el nombre-insignia de la familia de mi mujer. Eulogio García Vargas, mi suegro, también vino de un pueblo de Huelva, Santa Olalla del Cala, y cerró el telón de su vida de tabernero el mismo año 2005 que su tocayo. Eulogio García Romero, mi cuñado, también se enseñoreó en diferentes oficios, como el hijo de Carmela, y ahora ejerce el de fotógrafo. He llegado a pensar que en los diccionarios del futuro pondrá Eulogio, sinónimo de fotógrafo. Hay una tercera generación, Eulogio García Alba, que nos acompaña, cuarta porque su bisabuelo también se llamaba Eulogio.
Del oficio de fotógrafo el escritor argentino Julio Cortázar decía lo siguiente en su relato ‘Las babas del diablo’, que llevó al cine Michelangelo Antonioni en la película ‘Blow Up’: “Entre las muchas maneras de combatir la nada, una de las mejores es sacar fotografías, actividad que debería enseñarse tempranamente a los niños, pues exige disciplina, educación estética, buen ojo y dedos seguros”. Creo que todas esas cualidades adornaban la sensibilidad fotográfica de Eulogio Serrano, protagonista y testigo excepcional del siglo XX. Carpanta y Maimónides, ¿alguien da más en la alianza de las civilizaciones? Vivió una historia de amor de telenovela, con un ajuar de ida y vuelta, una enamorada que se fue de Sevilla a París, al revés que la duquesa de Montpensier. Un libro coral en el que aparecen Emilio Segura, Manolo Barrios, Rosalía Jiménez, Rafael Belmonte, el hermano del torero, pregonero de la Semana Santa de 1977. La de cosas que pasaron ese año. Vicente Aleixandre ganó el Nobel de Literatura, El Betis la Copa del Rey (el Sevilla ganó la Liga el año que se funda la Agrupación Álvarez Quintero) y yo llegué para hacer prácticas en El Correo de Andalucía, por el que había pasado Eulogio Serrano, y donde empecé a hacer amigos fotógrafos: Ángel Moreno, Miguel Ángel León, Monge, Carmona… una bendita cuadrilla que se convirtió en legión: los Cazalla, Rafa Debén, Atín Aya, De la Fuente, Pablo Juliá, el Lama y un larguísimo etcétera hasta mis actuales compañeros en el Diario de Sevilla. Con los fotógrafos yo no soy objetivo. Con Eulogio tampoco. Una soleá de Melado, mi barbero, estaba en la tienda de la calle Trajano donde trabajó Eulogio: “En esta copistería se hacen fotocopias sin faltas de ortografía”. El fotógrafo de Riotinto que hizo la Bienal con el mejor de los maestros, Antonio Mairena, recorriendo festivales con Iñaki Gabilondo, el donostiarra que vino a Sevilla para sustituir al llorado Manuel Alonso Vicedo. Por eso hay que reivindicar el lema quinteriano de Eulogio Serrano: “¡Alegrémonos de haber nacido!”.
Me los imagino en ‘Primera Plana’, con Manolo Barrios como Billy Wilder, Emilio Segura y Eulogio en los papeles de Walter Matthau y Jack Lemmon y Rosalía Jiménez el de Carol Burnett. Todos burla burlando con el sheriff de Chicago. El libro es un magnífico retrato de Eulogio. Un retratista retratado. Un año después de que naciera, 1918, termina la Primera Guerra Mundial, la primera de las muchas que conoció, y empezó Josep Pla el diario de su ‘Cuaderno Gris’. El 6 de septiembre de ese año anota que su madre y su hermana pasaban por un escaparate de fotografía de Palafrugell, en el Ampurdán. Ante la curiosidad de la chica, su madre le tiraba de la manga de la blusa y le reñía con las palabras que recoge Pla: “¡Son horribles! parece mentira que haya gente que se atreva a hacerse retratar!”. Y es lo que yo digo: es que no se había puesto delante de la cámara de Eulogio, la cara seria más cómica en palabras de Manolo Barrios. Un hombre de paz que hizo de su paso por la guerra una película. Unos días Sin novedad en el frente; otros, El día más largo; unos días Murieron con las botas puestas; otros, La Vaquilla.
Un viaje desde Riotinto a Nueva York, Arahal, Jerez y Sevilla. De los ingleses a la calle Alemanes. A dos pasos de la Catedral y la Giganta más hermosa del mundo. Nuestra Estatua de la Libertad.
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