ENTRE DIOS Y YO, VOSOTROS
La gran cantidad de correos recibidos por el artículo “Entre Dios y yo”, publicado ayer sábado, me ha cambiado el rumbo de este domingo que yo pensaba dedicar desde por la mañana a otros menesteres y, desde luego, a escribir de otras cosas. Pero los cientos de lectores que han reaccionado enviándome sus opiniones después de la generosidad que siempre supone detenerse a ver qué digo, merecen esta especie de apéndice en el que entre Dios y yo, están ellos.
La gran cantidad de correos recibidos por el artículo “Entre Dios y yo”, publicado ayer sábado, me ha cambiado el rumbo de este domingo que yo pensaba dedicar desde por la mañana a otros menesteres y, desde luego, a escribir de otras cosas. Pero los cientos de lectores que han reaccionado enviándome sus opiniones después de la generosidad que siempre supone detenerse a ver qué digo, merecen esta especie de apéndice en el que entre Dios y yo, están ellos.
A estas alturas de más de dos años escribiendo para Chipiona Noticias, ya estoy convencido de que, por una extraña carambola que no estaba prevista, para mí es más interesante leeros que ser leído. Mis ocurrencias ya me las sé, pero vuestros pensamientos, los mensajes que me llegan diariamente a través del correo o en facebook, los recibo con asombro y con el hambre de un aprendiz que nunca acaba de sorprenderse con el ser humano.
Algunos de esos mensajes, por íntimos y confidenciales, no se pueden compartir aunque me parezcan un tesoro de la sinceridad, digno de descubrirse ante los ojos de todos. Son los mensajes que me han convertido en una especie de confesor que se abruma con la confianza depositada en mí, que no soy otro a fin de cuentas que alguien que hilvana ideas más o menos claras, más o menos enteras, más o menos completas, las de un eterno buscador de apoyos razonables.
Pero me suben la moral para seguir escribiendo. No se imaginan la de veces que me ronda el fantasma de abandonar, sobre todo al ser consciente de que no sé escribir a medias tintas, guardándome cosas, exponiéndome tanto, en un momento bien crítico para la sociedad entera, en el que el mundo es un debate global que está poniéndolo todo, absolutamente todo, sobre el tapete, como una gigantesca revisión de exámenes. Nada está quedando a salvo de afrontar una reválida. Puede que no sea más -ni menos- que el origen de un nuevo Renacimiento a partir de un mundo insostenible y agonizante.
Las palabras que he recibido estando de acuerdo con mi artículo, e incluso yendo más allá que las mías, no necesitan hoy aclaraciones por mi parte. Pero sí las que han mostrado perplejidad y desorientación. Entre quienes me las han hecho llegar se encuentran grandes amigos, que me conocen desde hace años, pero que ahora parecen no identificarme, no se sitúan, no se ubican conmigo. A ellos les digo que no he sacado los pies del tiesto, sino que mis pasos se han visto obligados a tomar caminos que jamás hubiera imaginado que existieran. Un compositor de canciones, un romántico empedernido y de convicción, un idealista como yo, no se pudo calcular jamás una dura experiencia de tierra árida padecida justo por culpa de sus hermanos en la Fe. No me pregunten más por ahora. Un día, el oportuno, lo contaré todo, que no quepa duda.
Y de momento quiero decirles que siempre procuro escribir con luces cortas, sin deslumbrar. Como en la carretera, intento que en este cruce de caminos que es la vida, no deseo coincidir con nadie poniendo la larga. Si he deslumbrado, lo siento. Pero a quien quiera juzgar mi camino, que se ponga antes mis zapatos. En cualquier caso, yo puedo ir con mis ideas hasta donde me permitan mis convencimientos, pero es recomendable mostrarlas con cierto margen de error. Y así creo que están mostradas continuamente, incluso las de ayer. Es aquello que siempre he referido de que la verdad entera no es cosa de hombres. Pero ni la mía, ni la vuestra. No debemos cegar a nadie. El mundo está lleno de puntos de vista diferentes. Esa es la primera regla del juego. Y la segunda es que yo, cuando escribo, ejerzo legítimamente el derecho a exponer el mío.
Lo publicado ayer no fue un arrebato. Ni por desgracia una pataleta momentánea. Voy a confiar dos trucos que tengo para escribir: el primero es que lo hago con música, porque sé que amansa a las fieras (yo soy un hombre de carácter) y muchas de esas músicas guardan a Dios entre sus notas. Por ejemplo, hace más de veinte años que me acompaña “Bailando con lobos”, del gran Barry, toda una paradoja como título. Y el segundo truco es que después de escritos, dejo mis artículos en el horno, como yo digo. Me distancio de ellos como un pintor de su cuadro. Vuelvo al cabo de las horas o de los días, les busco perspectiva. Y el que se leyó ayer llevaba escrito más de un mes.
Creo que después de ciertos descubrimientos en la vida de un hombre, Dios le espera decisivamente por rutas diferentes. La historia humana está llena de derribos del caballo que cambian los destinos. Ya no soy el mismo, o quizás sea más que nunca lo que siempre fui: un enamorado de la vida. La adoro. Me fascina. Y con los años se me ha ido haciendo más bonita que nunca, precisamente porque se me ha hecho más verdadera, porque la conozco ahora mucho mejor en sus luces y en sus sombras. Por eso se me ha hecho insoportable no denunciar, con los granos de arena que yo pueda, aquellas situaciones que la denigran y a aquellos semejantes que la rebajan. Tengo, más que nunca, ganas de todo, hasta de grabar mi siguiente disco, mi regreso a la música de la mano de mis hijas. Tengo ganas de entregar estos y muchos más renglones al periódico. Incluso tengo ganas de arribar a la política. Tengo ganas de todo. Y, cómo no, tengo ganas del amor, de eso siempre tengo ganas. Pero late en mí eternamente un viejo rebelde que a lo mejor debe sus razones a los genes de mi padre, que quizás quiera hablar por mí más de lo que él pudo desde una generación y una clase social acostumbrada a la morfina y a mirar para otra parte escurriendo los bultos. Una clase social cuyo lema es no meterse en jaleos, evitar líos y quitarse de en medio. Una clase social de la que, siguiendo esas recomendaciones, jamás hubiera salido el Dios al que implora, el Sagrado Corazón de sus comedores.
Me halaga un buen amigo, bien destacado y destacable por su labor para la Iglesia de Sevilla, que califica mi artículo de provocador y sale al encuentro de mi camino, tan difícil como apasionante, con uno de esos necesarios paños que te enjugan el sudor. Y es que a partir de ciertas vivencias, Dios no quiere que sigamos siendo los mismos. Cristo fue muchas cosas y, por encima de todas, el amor más grande jamás entregado. Y si tantos beatos se han hecho cruces en la frente o las han llevado colgadas de sus cuellos, pero “sin meterse en jaleos”, es porque ese símbolo universal que hasta Él no era más que un cruel patíbulo, lo ganó para la Humanidad un hombre antisistema.
José María Fuertes
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