UNA SAETA SIN MIRARLO
Yo creí que las saetas se cantaban como las escribió don Manuel Machado:
“…Míralo por donde viene el mejor de los nacidos…”.
Yo creí que los saeteros seguían con los ojos al paso que cantan, en un poco a poco de la lenta chicotá del peso de los sufrimientos. Me parecía a mí, ya ves, que clavaban su mirada en la imagen sagrada del Cristo o de la Virgen, para sostenerse en el pentagrama difícil de la voz en el aire, en el dolor del que hacen su crónica desgarrada por la garganta quebrada del martinete.
Yo me pensaba, no sé porqué, que el disparo del valor de la saeta, que su salto al vacío de la incertidumbre, se hallaba en la cercanía del rostro macerado del que se compadecía con su requiebro.
Pero no. Estuve equivocado hasta ayer de madrugada en La Madrugada. Porque lo que menos hace un saetero con el mejor de los nacidos es mirarlo.
Me sacó del error Erika Leiva.
Desde uno de los balcones de la casa de Miguel Gallardo en la calle Jesús del Gran Poder, cantó su primera saeta en Sevilla nada menos que al Señor de la ciudad.
Tuve el honor de ser invitado con mis hijas a presenciar ese momento. Jamás pagaré que a dos niñas se les esté brindando meter ya el dedo en la llaga del alma de Sevilla, asistiendo de cerca a los grandes ritos, espiando al otro lado de la puerta de una habitación cerrada la voz de Erika ensayando, a solas con la zozobra del riesgo; o presenciando nuestras conversaciones de mayores veteranos de la Semana Santa que tanto empiezan a amar. Por cierto, he de destacar a todo un personaje al que me presentaron y no tiene desperdicio: Juan Pedro, el maquillador de las grandes estrellas del cine y la copla, el imprescindible de la Pantoja que lleva toda la vida con ella. Un segoviano tan enamorado de Sevilla que acaba de comprarse una casa próxima a la Giralda. Me pidieron que le recitara de memoria los versos de Antonio Rodríguez-Buzón a la Virgen del Valle. Y él me devolvió el gesto con el auténtico poema de sus pensamientos sobre el entrecejo de La Macarena, el frunce que llega a ser desafiante como una interrogación de la injusticia que no comprende.
Y cuando Erika volvió de cantarle al Gran Poder, cuando dejó el balcón bajo el que le pasó Dios minado de padecimientos, como luchando contra un largo cáncer de pecados que se lo va comiendo entero, de una metástasis a otra de ignominias y vergüenzas nuestras, entonces, me acerqué a ella y me dijo:
-Le he cantado mirando a los claveles, porque si levantaba la vista y me encontraba con Él y con su cara, no podía seguir. Miraba las flores, porque si llego a mirarlo a Él, no hubiera terminado mi saeta.
Ayer aprendí de saetas lo que nadie me había enseñado antes. Ayer, en la Madrugada de Sevilla, Erika Leiva me reveló el secreto para cantarle al Gran Poder: no mirarlo. Y me descubrió cuántas veces la vida no se derrumba, como una saeta fallida, porque sabemos desviar nuestra mirada hacia las flores, justo cuando al lado mismo de ellas se está derramando la roja sangre que quiere teñirlas de un tormento insoportable.
José María Fuertes
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