JENIO
Es hermosa la madrugada contigo. Sin ti no es más que un negro acoso de verdad descarnada que no tiene clemencia conmigo y hasta me falta el respeto. Pero contigo el silencio encuentra su sonido de roces como si el futuro llegara desde el pasado.
Otra vez tú. Siempre tú. Eterna tú.
Con las palabras nos tocamos, nos invadimos, nos desnudamos. A veces un verbo lleva mi mano buscando tus lugares.
Te digo que quiero contarte a mis lectores. ¿Iba a dejarme atrás confesarte como una obsesión desde el mismo y primer momento en que te vi llegar con… qué tenías… dieciocho, veinte años? Siempre me gustaron las mujeres muy jóvenes; pero desde luego también tuve la suerte de que yo les gustara a ellas, te gustara.
A este paso, lo que revelo parecerán más las brillantes memorias de Julio Iglesias que mis recónditos artículos con luz íntima de plazoletas. ¿Tantos ligues ha tenido este tío?, podrían preguntarse. No, no he tenido ligues. He tenido amor escrito de noches que se atravesaban sin dormir, con largas horas de esferas fluorescentes recordándote, de escuchar canciones que parecían compuestas para mí, de trajes de pobre desvalido con versos a la medida, de vísperas de encuentros maravillosos, de nerviosismos de citas, cuando mirarte venir de lejos era como si llegara una celebridad del cine, porque me parecías de película, escapada de cualquier pantalla para mí sólo, fugándote de todos los guiones que no fueran el nuestro. ¡Qué guapa has sido siempre! Hubiera convertido tu vida en una suave y espectacular alfombra roja para tus pies.
Te digo que quiero poner tu foto de verdad, pero no me dejas.
-Bueno, pues tendré que buscarme por internet la de una modelo. Lo único que conseguiré es que cuando la vean, no siendo el original, acabarán pensando que no eras para tanto.
Da igual. Ni el halago te convence. No pasa nada. Total, me hiciste un experto en comprensiones. Me tuviste primitivo y civilizado. Lo mismo un cisne en maneras que un toro en bravura. Racional e instintivo. Y el genio. Y esa maldita soberbia del artista.
-Lo que tú tenías no era genio, Pepe, sino jenio, con j.
Me lo dices dulcemente, como si con todos los cuidados del mundo derramaras sobre mi cabeza el agua de un bautismo nuevo para lavar mis pecados.
Sé que escribiendo estas cosas sin pudores, lo estoy haciendo a la vez para mis hijas, como si les dejara un testamento de aciertos y de errores, de caídas y levantadas, de sombras y de luces, de idas y regresos… El testamento humano de su padre con unas cuantas monedas de buena voluntad, empeñadas en esta pasta de hombres, tan maleable.
Les dejo un tráiler de lo humano, un avance de lo que también ellas protagonizarán a su manera. No quiero legarles, como tú me dices, la educación cortada que tuvimos nosotros. La de una vida que se contaba perfecta por los mayores y, al cabo del tiempo, ha fallado en los pronósticos, como si hubiera estado mal planeada.
Tú y yo, sin ir más lejos, nos hemos vuelto a encontrar en una extraña página de correcciones y enmiendas, como una maldición o, según se mire, como una gloria devuelta por los años y nuestros conformismos. Es como un espacio blanco, lleno de tachaduras, donde al margen ajustamos las cuentas de nuestras viejas rendiciones. Y del que arranco un pedazo íntimo y feliz que jamás necesitará apuntes: es el pedazo que arde incesante con la memoria indeleble del fuego. Porque tú eres eso, tú eres la memoria del fuego.
José María Fuertes
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