UNA FOTO COMO UN LIBRO
Hoy me he encontrado esta foto en Facebook. Es de María José Santiago. Yo no sé si Fran Medina, su autor, es consciente de lo que ha metido justo en su encuadre. Pero no ha podido decir más en menos. Porque no ha hecho solamente una fotografía, es que le ha escrito a María José Santiago su biografía. Con una destreza propia de la genialidad, le ha dejado acabado de un trazo firme y seguro el primer tomo de su fecunda historia de arte. Es como un volumen del Cossío de la copla. Fran Medina, en este caso, no es sólo el fotógrafo de María José Santiago; es también su biógrafo.
La bellísima imagen está captada en el difícil territorio donde los grandes artistas libran y ganan las batallas de una guerra interminable: el escenario. María José Santiago, como siempre ocurre con los mejores, pertenece a un sino de lucha sin tregua, donde la justicia ha de hacérsela ella misma cada vez que aparece ante el público. Sale siempre a por todas, que es la única honrada forma de corresponder con la fidelidad de quienes la esperan después de haber superado veinte años de carrera. Se deja la vida en vez de la voz, la que le sale de la garganta prodigiosa que desafía el miedo a las traiciones. Sabe coger de la mano al público para que atraviese con ella su arriesgada aventura de emoción y escalofrío. Afortunadamente no es perfecta, no es infalible como un play back. Ella canta desde el margen de la duda, imprescindible para sobrecoger: en instantes, en segundos, parece que no va a poder… ¡pero puede! No me gustan los cantantes académicos ni los de espejo, aquellos que parecen guiados por la precisión inalterable de un disco puesto con el que movieran la boca. Prefiero la pasta humana e incierta de los que pueden caerse, pero no se caen. Es la materia endeble de los más sólidos, los que dejan abierta una mínima posibilidad de desplomarse, pero siempre superada hasta hacerse gigantes.
La mayor parte del conjunto de la hermosa fotografía, está ocupado por el amplio espacio gris del escenario. Es una metáfora sin disimulo de la ardua contienda que sostiene todo artista para abrirse paso. Es un contorno oscuro, de sombras íntimas, invadido en el centro por la luz de su arte.
Ella queda rodeada de penumbras reales de esfuerzo y sacrificio, pero quebradas y vencidas por la vertical de su apasionada estampa roja envuelta en el mantón.
Adelanta los brazos en un gesto de entrega a su vocación bien probada con un empeño sin desmayo. Y su figura no queda a la mitad, sino en la primera línea de un deseo incontenible de proximidad al éxito y a los aplausos, y a la necesidad imperiosa de transmitir, de sacar hacia fuera sus entrañas, de comunicarse con todos. El fotógrafo escogió situarla en su habitual convivencia con la admiración de los demás. La exhibe en el raro extremo que alcanzan los que conmueven.
Detrás le ha dejado la densa atmósfera del tesón inquebrantable, y las sombras de sus días en contraste con una luminosidad erguida sobre obstáculos y dificultades, como si leyeras en la ancha memoria de sus páginas ya escritas: su origen de ganadora de certámenes flamencos, su primer premio en un concurso de tve, sus giras españolas o americanas, el día que grabó “Carita divina”, “Mi tierra, mi gente”, “De cintura para abajo”, o esa versión incomparable de “Nostalgia”.
Fran Medina ha escrito con una sola foto la historia de esta María José Santiago de su reciente triunfo en el auditorio de Fibes, veterana y sabia, que cuanto más tiene, más arriesga. La que me recuerda en valentía a la de esos locos de los casinos, que a base de apostar en las ruletas todo lo sucesivamente ganado, acaban por quedarse sin nada. Porque la Santiago arrima la voz hasta los límites vertiginosos donde hubiera podido arruinarse. Pero cuando alguien como ella elige, desde el día en que empezó, el mismo e invariable número de su arte, termina ganando… ganándolo todo.
José María Fuertes
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