El reencuentro
Acabo de escuchar una de esas canciones únicas que me hacen considerar volver a cantar en público, echarle cuenta a tanta gente que me lo pide… Una de esas canciones que me despiertan el auténtico ser que llevo dentro, que me devuelven las ganas de empezar en todo, una de esas canciones que me dejan sin edad, como si no tuviera un pasado, igual que si ayer hubiera cumplido dieciocho años y desde entonces estuviera acariciando un sueño de música interminable.
Es una de esas raras canciones que suenan como una revelación de tu interior y me devuelve entero al mismo lugar donde empezó intacta esta aventura que es vivir. Su título es “Eso que llaman amor”, y se la ha escrito a Raphael su sastre de siempre, Manuel Alejandro; el único que tenía apuntadas sus auténticas medidas completas, el que sabía hacerle desde que empezó los trajes del alma y de su voz, antes, mucho antes de que Bumbury compusiera los desapercibidos discos de una figura internacional a la que nunca se adaptó, como si Raphael fueran los Héroes del Silencio.
“El reencuentro” es el nombre genérico del disco al que ha ido a parar, junto con otras, esta joya de reflexión que te detiene, que te deja a solas con la eterna búsqueda del ser humano, con la arriesgada expedición de entregarte a un semejante. Y cada estrofa te empuja a la valentía de los besos nuevos, a un abrazo inacabable de estreno y a un sexo al que le dan las claras del día. Se ha cantado como pocas veces el éxtasis.
No sólo han vuelto a coincidir Raphael y Manuel Alejandro; es que se ha escrito la partitura de la introspección, del diván del psicólogo, la confesión de uno consigo mismo, nuestro propio reencuentro más allá del que una compañía discográfica ha propiciado para dos artistas geniales cuya mezcla siempre fue explosiva.
De Raphael escribiré todo lo que debo y quiero en los próximos días. También de sus fans, esa raza impagable de la fidelidad que hace posible este milagro de más de cincuenta años en los escenarios; y que un adolescente con cerca de setenta sea el único reclamo que ahora mismo tenga colgado, entre tantas ofertas, el cartel de no hay entradas, agotadas todas las localidades, en el Teatro de la Maestranza en Sevilla para el 4 de junio.
De Raphael otro día. De sus triunfos imparables por el mundo. De su rutilante carrera de fervor por tantos países. Hoy quiero el aforo vacío, las butacas sin el público que las ocupe, el portero sin dejar pasar a nadie, ni siquiera a los del derecho de admisión. Hoy no quiero aplausos, que no los incite la “cla”. Que nadie se ponga en pie. Ni candilejas. Ni el foco con manía persecutoria del cañón de luz. Hoy quiero silencio de lujo y respeto para una canción a solas conmigo y contigo. La de nuestro reencuentro. Alguien ha sabido hacer música con la conciencia más dormida.
José María Fuertes
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