102 AÑOS
Alguien habrá de perdonarme hoy una falta de caballerosidad e imprudencia que jamás me permito: la de averiguar la edad que tiene una mujer. Entre tantas cosas que me interrogo acerca de un ser tan fascinante, del que hasta ahora nunca terminó mi curiosidad, yo nunca le pregunto ni por su perfume ni por los años que tiene. Pero 102 son un regalo digno de desenvolverse, de abrirse ante todos, de asombrar a una inmensa mayoría que ni soñamos con recibirlo. Y mucho menos recibirlo como ella.
Ella se llama Amalia Marín Borrego, es sevillana y no sé si sería capaz -como todos los que no tenemos ni tendremos su edad- de acabar de un soplido con las ciento dos llamas encendidas de las velas de una tarta. Pero sigue siendo el hermoso y cálido empuje de una larga familia con ocho hijos y muchos nietos y hasta biznietos. Doña Amalia gusta decir que ha creado un pueblo. Entre unos y otros suman más de los que a veces habitan una aldea.
Supondrán que haber nacido el 10 de marzo de 1910 dio -y sigue dando- para mucho. Atravesar por esa cantidad de tiempo debe resultar inimaginable para los demás. En todos los sentidos y aspectos de la vida: desde los regímenes políticos conocidos hasta las modas que se han sucedido. Incluso una existencia así, que tanto abarca, debe estar llena de estampas repes, como los cromos, de cosas idas que volvían otra vez cuando parecían despedidas con un adiós definitivo. Ha conocido el ciclo de las modas que van y vienen, los acontecimientos resurgidos para ella y que, sin embargo, para nosotros van a bastar con una sola vez desde el nacimiento hasta la fecha de caducidad. Tantos años deben dar lugar a un incesante regreso de lo que parecía haberse ido para siempre: -Anda, tú por aquí otra vez, se habrá dicho en montones de casos. Doña Amalia debe saber mejor que nadie eso de que “la historia se repite”.
Pero único fue su matrimonio. Suele pasar cuando la muerte separa a los casados de alguien irrepetible. Por eso lleva más de media vida viuda de don Miguel Royo, aquel ilustre catedrático de la Universidad de Sevilla, todavía citado en los manuales de la Facultad de Derecho por su doctrina civilista. A propósito: que está pendiente darlo a conocer para Sevilla, la ciudad que tanto amó, como uno de sus fotógrafos anónimos y a su aire más decisivos, el que obró -aunque aún no se sepa- la posibilidad de contemplar hoy en color una ciudad que hasta ahora sólo se ha dejado ver en blanco y negro e incluso en sepia.
Desde una época atiborrada de cremas que hidratan, de masajes exfoliantes, gimnasios repletos, parques plagados de corredores de footing, dietas mágicas… Desde esta obsesión por conservarnos, tendríamos unas cuantas preguntas clave que hacer a doña Amalia. Podría dar consejos propios de escribir un best seller. ¿Qué ha hecho para que encima de cumplir 102 años parezca que tiene veinte menos? ¿Cómo ha conseguido unos pies capaces de no haber dejado de calzar tacones? Dice que se lo debe al bendito día en que se averió para siempre el mecanismo que abría desde una planta superior la cancela de su casa. Eso le obligó a bajar y subir constantemente las escaleras cada vez que llegaba alguien (no poca gente en una familia tan numerosa como la de los Royo).
Cuentan sus nietos que por Nochevieja llevan la tira de años sin dejar de reunirse en torno a ella, aplazando indefinidamente planes de fiesta y cotillones en otra parte que no sea su hogar del mismísimo centro de Sevilla:
-No vaya a ser este el último año, se dicen.
Y así van… ¿cuántos ya?
Por fortuna han revalidado hasta ahora ese obsequio inaudito de continuar rodeando a su abuela. Su memoria debe estar hecha de cuanto no creo que llegue a estarlo la nuestra. Una memoria de miles de anécdotas. De miles de personas. De miles de historias de paz y de guerra. Entre ruinas y reconstrucciones de España ha llegado hasta aquí, al tiempo más asequible y sereno de la democracia. Con 102 años -juro que yo la he visto- se apunta a un bombardeo en la única guerra que le gusta: la de las serpentinas junto a su larga prole de hijos, consortes, nietos y biznietos que no le faltan cada vez que llega otro año nuevo.
Hoy, a 10 de marzo de 2012, felicidades. Y que cumpla muchos más. Usted se ha pensado muy bien eso de que el cielo puede esperar.
José María Fuertes
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