He vuelto
Como si fuera el mejor lugar donde poner los pies cada vez que uno abandona los restos de un naufragio, he pisado la casa, en San Juan de Aznalfarache, donde los Cursillos de Cristiandad propiciaron tantos frutos espirituales. Allí citaba don Publio a Dios con los hombres, muchos de ellos sin saber siquiera Quién les esperaba. Me imagino que, sin experiencia propia y de oídas, es imposible calcular el alcance de aseveraciones como esta. Yo mismo tampoco podría suponerlo si no llega a ser porque tuve la suerte de vivirlo.
He vuelto. Me ha llevado Fernando Parra, mi buen amigo que, en su doble condición de presidente de los Cursillos y arquitecto, intenta acometer la rehabilitación del edificio, además de destinarlo en parte a una actividad con la que procurarse su autofinanciación. Seguramente será un complejo dedicado a la hostelería, dada la ubicación privilegiada que tiene, un auténtico balcón hacia Sevilla, con la parada del metro a los pies de la falda que eleva el monumento del Sagrado Corazón. La capital le queda así a unos minutos, tan próxima que la visión de la Giralda forma parte del horizonte de luz y calma que ofrece semejante atalaya.
Todo arquitecto tiene su proyecto y el de Fernando va a llamarse -ya se llama- ladrillos de colores. “De colores” es el viejo lema de los Cursillos de Cristiandad, en alusión a cómo se pintan el alma y el corazón cuando Dios vive en ellos. Es un auténtico himno alegre y feliz con el que, desde sus voces conmovidas, vienen siempre a reunirse cantando los que acaban de salir de un Cursillo y aquellos que les reciben tras haber pasado anteriormente por el mismo trance.
He vuelto. Con Fernando, también estaba Maren. ¡La de años que hacía que no la veía! A decir verdad, la de años que va haciendo de todo… Pero donde se edificaron tantos hombres y tantas mujeres, ahora resulta que se resienten los techos y las paredes. Estarán tocados por el tiempo, la humedad, las lluvias. A base de humanizarse para nosotros, han terminado como nosotros: teniendo goteras. Además, no hay que olvidar que aunque aparentemente aquel caserón pertenezca al Aljarafe, estuvo siempre más cerca del Mar de Galilea que de ninguna otra parte, y el salitre horada los muros. Allí es donde Jesús se acercaba a la orilla, sin buscar ni a sabios ni a ricos. Allí es donde sólo pedía que le siguiéramos. Allí es donde nos miraba a los ojos y sonriendo decía nuestro nombre.
He vuelto a la capilla. ¡Si las piedras hablaran! ¡Si el Sagrario contara! Cuando el suelo parecía un vertedero donde ir desparramando basura y soltar lágrimas. Y nuestros nombres propios uno por uno en los labios de un hombre irrepetible, empeñado en despedirnos con un gozo en el alma. ¡Ay don Publio, don Publio!
Ese gozo hay que seguir brindándolo a la gente, a miles de personas más que merecen sentirlo, a una juventud que empieza ahora como un día empezó la nuestra. Todo tiempo halla a los seres humanos en sus redes y en su trabajo. Y todos los seres humanos deberían saber, en cualquier época, que les llama un pescador de hombres.
José María Fuertes
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