Reyes de Pichardo
La creencia de los niños en los Reyes Magos y su fe ciega en que les traigan los regalos durante la madrugada del día 6 de enero es, además de una herencia cristiana que se sucede de una generación a otra, un patrimonio de la infancia que sólo a los padres les es lícito administrar. Nadie tiene derecho a entrometerse en una ilusión sagrada que desde el seno más íntimo y familiar elige sus formas de contarse y prepararse, siguiendo en general una tradición con pocas variantes de narrativa sobre el acontecimiento: Melchor, Gaspar y Baltasar vienen de Oriente, han salido desde un lugar tan lejano hace muchos días, vienen en camellos y escoltados por una larga comitiva propia de sus tres reinos, y van llegando poco a poco a nuestra ciudad hasta alcanzar su destino, por medio de la Cabalgata, la tarde del 5 de enero.
Sin embargo, desde hace algunos años los colegios, y paradójicamente los de enseñanza religiosa, han pecado de intrusismo usurpando a los padres la fijación de una fecha que aquellos venían decidiendo para sus hijos conforme a la liturgia católica. Esos centros de enseñanza han rebasado sus facultades educativas no conformándose con que en los últimos días lectivos, previos a las vacaciones navideñas, los alumnos más pequeños se vistan de pastores (y no digo alumnas y pastoras, con la misma estupidez que las AMPA ignoran la capacidad y la economía de nuestro idioma). Esos centros de enseñanza incorporan para entonces la aparición de los Reyes Magos visitando a los más peques. Siempre que sentí violado por el colegio de mis hijas mi derecho a seguir por la Iglesia el día de la Adoración de los Magos y por tanto el de su llegada a Sevilla y a nuestros hogares, les dije abiertamente que lo que veían en su clase eran tres hombres disfrazados. No estuve nunca dispuesto a permitir que el colegio se atribuyera de esa manera un bien que no es suyo. Nadie, fuera de mi casa ni contraviniendo el año litúrgico, podía permitirse desviar la conmemoración de ese momento si no era en torno a la festividad de la Epifanía del Señor. Ninguna decisión ajena a la familiar podía modificar un calendario de ilusión establecido desde siempre. Y además de burlar por antojo la cronología, esos reyes de Pichardo esparcidos sin buen criterio por tantos colegios (encima religiosos), son el polo opuesto -en todos los sentidos- de cuanto dignifican a los Reyes Magos tanto el Ateneo de Sevilla como el Ayuntamiento de la ciudad.
Del primero, la Docta Casa, hay que reconocer el acierto de todo el proceso, desde el principio hasta el fin, con el que va llevando a cabo las fases necesarias para la encarnación de Melchor, Gaspar y Baltasar: empezando por el día en que designa a las personas encargadas de hacerlo y terminando por la visita hospitalaria tras recogerse la Cabalgata. Con un gran tacto para preservar a los niños el secreto de la auténtica autoría de Sus Majestades, sólo difunde la identidad de quienes cada año serán los Reyes, a través de los medios de comunicación propios de los adultos, y así deja exclusivamente al alcance de estos la noticia de la designación. Aún afinará más en ese respeto a un auténtico tesoro de la infancia cuando, minutos antes de emprender su itinerario la Cabalgata, corone a los Reyes ante la vista de centenares de personas en un balcón de la antigua Fábrica de Tabacos, y se pronuncien exclusivamente los nombres de Melchor, Gaspar y Baltasar sin referir la identidad personal de quienes los encarnen. Este indiscutible bien de la niñez que constituye creer en los Reyes Magos, no podría estar mejor gestionado que por el Ateneo de Sevilla cuando ofrece la aparición de los tres monarcas ataviados de ricos ropajes y cubiertas sus cabezas por al acertado simulacro de auténticas joyas que deslumbran.
Con el Ateneo hay que dar su justo sitio al Ayuntamiento de Sevilla, que se suma al exquisito modo ateneista de ofrecer a los niños una ilusión sin fisuras ni proclive a sospechas, colaborando de manera especial en el acto de entrega de las llaves de la ciudad al Heraldo de Sus Majestades: los Reyes Magos, los genuinos Reyes Magos venidos de Oriente, no de la calle José Gestoso.
José María Fuertes
Leave a reply