Cuando pueda,señor Rajoy
Tiene usted el país como el largo y esquinado mostrador de Trifón, aquí en Sevilla, a mediodía de un sábado. No hay quien llegando coja un sitio en la barra. La Flor de Toranzo, donde le recomiendo una visita que ya hicieron personajes tan ilustres como la madre del Rey, está hasta la bola. Y cada uno pidiendo lo suyo. Y a usted, como si fuera Rogelio, no le ha dado tiempo ni de ponerse el mandil de gran tabernero que él se ponía. Hay que ver cómo está la cosa de urgencias, y usted metido aún en la trastienda por mor de un decreto que dice que quietecito hasta el 19 de diciembre. Y mientras, el córner de La Flor de Toranzo -digo de España- con cinco millones de parados. Eso es lo primero de todo. Lo sé, lo sé, señor Rajoy: cinco millones pidiéndole la pata negra de un empleo o, cuando menos, paletilla. Lo que sea ya.
Y en esto entro yo con mi tema y los demás con el suyo. Cada cual pidiendo su tapa, aunque usted sepa y nosotros también que lo prioritario, nada más que se ponga a cortar jamón sin levantar la vista del mármol -como hacía Rogelio-, es despachar el paro. Pero el país tiene más cosas que paro. Eso también lo sabe usted y todo se andará. Por eso me acerco, haciéndome un mínimo hueco entre tantas demandas, y le digo como me enseñaron mis padres cuando un camarero tiene el bar hasta las trancas:
-Cuando usted pueda, señor Rajoy.
Cuando usted pueda con el tema de la violencia de género, que le espeto ahora, sin ser tan tonto como para ignorar que le apremia con España lo que algunos han llegado a llamar economía de guerra.
En una sociedad aterradora que llega a pedirnos aclaraciones para mí elementales sobre nuestras posturas, yo no voy a declarar que estoy radicalmente en contra de asesinar no ya a mujeres, sino a nadie. A mí eso se me presupone. Igual que cabía esperar en cada crimen de ETA que no lo aprobaba. La duda ofende. Nunca entré en el juego de las manos blancas, aquel que nos pedía un gobierno mientras negociaba con la banda. Yo no entré nunca al trapo de ir a las plazas de los ayuntamientos para manifestarme contra los crímenes de la banda levantando mis manos pintadas. Las manos blancas al Parlamento, a los legisladores, al Código Penal, al sistema judicial y al penitenciario.
¿Quién va a dudar que sea condenable la violencia llevada a cabo por hombres contra mujeres que son sus parejas o que lo fueron? Pero, señor Rajoy, en un país que con usted debería de dejar de ser políticamente correcto -incorrecto, vamos-, me voy a atrever a decir, una detrás de otra, las cosas que no se podían decir. En democracia, señor Rajoy, y yo no soy nadie para enseñárselo a usted, uno de los puntos de partida es manifestarse libremente.
En ese carro de la violencia de género se han subido y se están subiendo más mujeres de las que corresponden. Si de eso se ha dado cuenta ya todo el mundo, ¿a qué esperamos para tener la valentía de reconocerlo? No podemos consentir ni en las leyes ni en los procedimientos judiciales que mujeres despechadas en sus relaciones sentimentales pretendan sacar tajada de los malos tratos, las vejaciones y hasta las muertes que han padecido otras. Hay que modificar la situación inicial de los hombres en la ley, su calvario judicial y carcelario, sin auténtica presunción de inocencia, cada vez que una mujer que no ha sufrido malos tratos ampara sus venganzas personales en el recurso a declararse otra víctima de los mismos.
Desde este grano de arena de humilde español: cuando pueda, señor Rajoy. Cuando usted pueda.
José María Fuertes
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