Esa sangre veloz de los artistas. «Donde todos estamos mirando»
Miro hacia tantos lugares de Sevilla por donde discurren sus días. Pasan con esta luz de octubre que sabe a primavera, que ya le gustaría serlo, pero se queda atrapada como una utopía de marzo con los primeros vaivenes del otoño. A esta luz no le toca ver la floración, sino una caída de hojas que suenan a Bécquer en la cadencia de sus románticas melancolías.
Miro hacia tantos lugares de mi ciudad y veo donde se inaugura una exposición de pintura, se entregan unos premios o se presentan las memorias de un personaje celebérrimo. Me congratulo de esos destellos necesarios en medio de la penumbra de tantas cosas y de una de las más graves: la gente que se queda sin trabajo. Pero la vida no es siempre un aperitivo. A veces -más de la cuenta- es un cáliz amargo que beberse, como el que beben, sorbo a sorbo, cada mañana en un juzgado, los padres de Marta del Castillo.
Hay pedazos del suelo de Sevilla muy lejos de pasearse apaciblemente. Se transitan a base de escalofríos que cortan el cuerpo y dan repugnancia, ganas de vomitar. Los juzgados, por ejemplo. ¿Qué? ¿Hablamos de la “Justicia”, que ya va entrecomillada por la ironía, y cuyo nombre apenas guarda el contenido que merece, el anhelo que esperamos? ¿Nos atrevemos? ¿Somos capaces de decir donde se tercie y en voz alta lo que todos pensamos? ¿Aquello que tuvo narices de decir un alcalde de Jerez? Los únicos que se escandalizaron entonces fueron los jueces, los que se rasgaron las vestiduras fueron los magistrados. Pero la gente se quedó admirada con el par que tuvo el que afirmó sin rodeos que la Justicia es un cachondeo.
Yo estaba por aquellos días en cuarto de Derecho y asistía a las clases de Procesal de mi admirado don Julio García Casas. Una tarde llegó indignado -porque siempre hubo indignados, no se vayan a creer los de las setas de la Encarnación- al comprobar, por el taxista que le trajo hasta la Facultad, cómo la famosa frase de Pacheco había hecho fortuna popular. A un hombre que toca exquisitamente el piano y que preside Juventudes Musicales le hubiera pegado compartir, acostumbrado a la sensibilidad que nos procura la música, la opinión de un sencillo trabajador que se estaba dando cuenta, como todo el mundo, de que la Justicia, si no era un cachondeo, se le parecía bastante. Pero se había enfadado, y mucho, con el taxista.
Comprendí a don Julio defendiendo lo suyo como magistrado; pero comprendí, más que al catedrático, a un hombre de base que se ganaba la vida con muchas horas frente al volante. De todos modos, al cabo de los veinticinco años de aquella declaración aún vigente e inolvidable en la conciencia de la sociedad, si en verdad la Justicia no es un cachondeo, todos estamos ya de acuerdo en que es un auténtico Vía Crucis. Pero, ¿nos dejarán en democracia contar cada una de sus piedras?
El editorial de El Mundo titulado «Truculenta Garzonada», ante la intención de Baltasar Garzón de censar a los republicanos desaparecidos, provocó que la Junta de Jueces Centrales de Instrucción de la Audiencia Nacional emitiera un comunicado en el que se apuntó que su contenido excedía “los límites a la crítica de las resoluciones judiciales, llegando a poner en entredicho la integridad profesional del Magistrado». Pidieron al Consejo General del Poder Judicial un «expreso pronunciamiento ante las injustas y arbitrarias opiniones” que se vertieron en el mismo. El director del diario, Pedro J. Ramírez, señaló en su día que le produjo “estupor y preocupación” tal postura.
Se pueden acatar las sentencias -se deben acatar-; pero el poder judicial no puede amordazarnos en el derecho a la libertad de expresión con las opiniones que realicemos sobre los veredictos que nos parezcan vergonzosos, que los hay y muchos. El poder judicial no puede reservarse, contra la opinión que no comparta sus fallos -nunca mejor dicho-, un reducto de dictadura en un régimen de libertades.
Antonio del Castillo es, con su mujer, con toda su familia, un ser humano que podría haberse convertido a lo animal… inhumano, como los implicados en el crimen de su hija. Es un individuo ejemplar que ha optado por una actitud cabal cuando podría haberse vuelto loco. Está sujeto, aunque bien pudiera alcanzarle la enajenación, a un supuesto Estado de Derecho en el que confía tan poco como todos nosotros, los ciudadanos sin estrado que seguimos día a día con espanto y asco lo que está dando de sí este largo juicio que va siendo de todo menos juicioso. Sin embargo, y al término de cada sesión, Antonio está mostrando públicamente su desacuerdo con un proceso que empieza a tener horizonte nada menos que en el Tribunal Constitucional.
“Marta somos todos” es un lema que no sólo abarca la posibilidad de que en su lugar -nunca averiguado- puedan unos asesinos tumbar la vida de uno de nuestros hijos. “Marta somos todos” es también una máxima para señalar que en el mismo trecho judicial de sus padres nos podemos encontrar otros padres.
Vuelvo otra vez la mirada hacia el Partido Popular que está al llegar, porque ante el PSOE y su desgobierno no puedo más que bajarla sin ganas de contemplarlos ni para ver cómo se van por fin. Las circunstancias de degeneración en que han quedado con el socialismo todas las instituciones del país (también el ámbito judicial) van a situar el aterrizaje forzoso del Partido Popular en un territorio nada común para una victoria electoral. Ahí va a estar su adversidad gigantesca; pero también la posibilidad de su grandeza, de escribir para España una página verdaderamente importante que se incorpore al conjunto de su más elogiable historia.
Ya sé que habrá que empezar por dar pan o, como poco, favorecer la oportunidad de que la gente se lo gane. Pero llegará un posterior momento en el que no sólo de pan vivamos los españoles. Esperan su solución muchas cosas. La Justicia también. Ya es bueno que al menos en Sevilla un juez sea su alcalde. Seguro que no se crispa por los comentarios de un taxista, ni por el reguero de mensajes de las redes sociales escandalizadas estos días con los casos del Juez Serrano y el de Marta del Castillo.
El coordinador de Justicia y Libertades Públicas del Partido Popular, Federico Trillo, ha anunciado en la Convención Nacional de Málaga que esta formación política incorporará a su programa electoral un nuevo sistema de elección de los miembros del Consejo General del Poder Judicial, para que doce de sus veinte miembros sean elegidos entre jueces y magistrados de todas las categorías judiciales. Trillo ha recordado que el Gobierno socialista “entregó a la mayoría parlamentaria la elección de los vocales del poder judicial, y cambió la reglas del juego para eliminar el recurso previo de inconstitucionalidad.”
Uno de nuestros grandes proyectos en el Ayuntamiento es edificar la denominada Ciudad de la Justicia. Esperemos que eso signifique mucho más que poner ladrillos, unos encima de otros.
(*)José María Fuertes es cantautor y abogado
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