Las mareas de Santiago
Por Juan Luis Naval. Cronista de la Villa.
Recuerdo de pequeño y creo que algunos más de los que lean este artículo también lo harán, que cuando llegaban las «mareas de Santiago» nuestros padres nos recomendaban tener cuidado cuando íbamos a la playa a bañarnos y nos alertaban de que las olas eran muy peligrosas.
Con el paso de los años esta alerta ha ido desapareciendo y disminuyendo, aunque por esa época las mareas continúan siendo notablemente más fuertes que el resto del verano.
No en entro en valorar si esto es debido al tan traído y llevado «cambio climático» o si son ciclos de la naturaleza, pero leyendo la novela de Fernán Caballero, escrita sobre 1850, Titulada “Un Verano en Bornos” en su capítulo tercero que se desarrolla en Chipiona me ha recordado el asunto de las famosas «Mareas de Santiago». Comparto esta parte de la novela en la que ya nos describe el veraneo en Chipiona, además de las mareas, contiene una serie de curiosidades, poesías y narraciones muy interesantes y a la vez poco conocidas:
«Hállase en la orilla del Océano, entre la desembocadura del Guadalquivir y el Santuario de Regla, un pueblecito que lleva el poco sonoro nombre de Chipiona. Tiene a su frente el mar, y a su espalda un gran pago de viñas, que constituye, si no su riqueza, su sustento; pues los vinos que produce son muy buenos, como pertenecientes a los de Sanlúcar, que después de los de Jerez, que ocupan el primer puesto, son reputados los mejores de aquella comarca, tan rica en exquisitos mostos.
Está Chipiona tan familiarizado con su respetable vecino el mar, que cuando en las mareas grandes, que son por enero y por Santiago, sube el líquido coloso hasta entrarse a pasos precipitados por las calles del pueblecito, sirve esto de diversión a sus vecinos, quienes, como prácticos, saben el día y la hora de esta invasión, y en lugar de asustarse calafatean sólidamente las puertas de sus casas, y subidos en las azoteas y tejados, o colocados fuera de su alcance, ven llegar con algazara aquella imponente masa de agua azul y salada.»
«El día en que trasladamos a nuestros lectores a Chipiona, era la víspera de Santiago, y estaban los habitantes alegres y alborotados; muchos de ellos se hallaban reunidos en la playa, aguardando al imponente huésped.
Aquí un grupo de marineros mozos escuchaban complacidos y atentos al que por más dichero y poeta descollaba entre ellos; el cual, mirando a su barca, a la que iba dirigida, recitaba la siguiente composición:
Moza con la entena rota,
no hay más que tesar la escota
y poner proa al viento
más pronto que el pensamiento;
Y aunque el práctico lo impía
y me coma el oleaje. . .
yo me voy al abordaje,
y salga el sol por la ría.
Luego dirigiéndose a una muchacha que con otras estaba parada a alguna distancia, añadía:
Concha llena de colores,
olita del mar en calma,
arrepara estos sudores
que está derramando el alma
por toitos esos primores.
Eres tú más hechicera
que el capricheo en el mar;
Iza, iza esa bandera;
déjame, niña, llegar
a tu costado siquiera.
Otros cantaban alternativamente con las muchachas, coplas que, como volantes rechazados por raquetas, volaban de grupo en grupo. Eran de este tenor:
Ellos.
Toda mi vida en el mar,
no me han cautivado los moros;
y una vez que entré en tu casa,
me cautivaron tus ojos.
Ellas.
Un marinerito, Madre,
me tiene robada el alma;
si no me caso con él
muero moza, y llevo palma.
El amor y las olas
del mar son unas. . .
que parecen montañas,
y son espuma.
Un grupo de niñas, sentadas en la playa, hacían casitas y huertecitos con arena mojada, y una de ellas que despuntaba por sabidilla, decía a las demás: ¿a que no acertáis un acertijo?
¿Cómo es?
Una cosa muy atroz
que anda sin tener pies. . .
¡Toma! Dijo una morenita bobona, ¡la carreta!
¡Vaya! ¡te luciste, Doña Sabijonda! La carreta no anda, que la arrastran los bueyes, ¡mú!. . . tan torpes como tú. Calle la boca, y escuchen las orejas:
Una cosa muy atroz
que anda sin tener pies;
tiene alas sin volar,
y el espinazo al revés.
La lancha, dijo una de las oyentes. – ¿Quién te lo dijo? – Yo que sé. – Lo mismo dijo el gallo, y no sabe más que cacarear.
Por su parte los chiquillos, que se entusiasman en habiendo cosa de bulla, saltaban de roca en roca canturreando con monótono sonsonete:
Las olitas de la mar
unas vienen, otras van,
dejan espuma en la playa
en las redes cogen rayas.
Entre las rocas cangrejos,
los navíos van muy lejos!. . .
Madre, yo quiero embarcarme,
que va en la pareja
La Virgen del Carmen.
BIBLIOGRAFÍA:
“Un verano en Bornos”, Novela de costumbres.
Por Fernán Caballero. Madrid 1864
Juan Luis Naval Molero Cronista de la Villa de Chipiona.
Para ver anteriores publicaciones: http://chipionacronista.blogspot.com.es/
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