Esa sangre veloz de los artistas.»El del video»
Después de lo visto tras publicar “Ella me ha escrito” y de la cantidad casi incontrolable de cartas o correos que me han llegado con las impresiones de su lectura, ya no me cabe duda del gran interés que despiertan los artículos que vengo entregando -nunca mejor dicho, porque ciertamente me entrego- sobre el amor o sobre las mujeres.
Una foto de ellas basta para reclamar de inmediato la atención de los hombres y de las propias mujeres. Y entre las reacciones que provocan esas páginas, me llega a conmover hasta qué punto lo que digo sobre mi vida resuena en la de los demás y se me devuelve con creces a través de unas confidencias que superan lo esperable. ¿Cómo corresponder a esos auténticos arranques de veracidad en lo más hondo del alma de tanta gente? Aparte de que me venga grande este traje de la sinceridad ajena, que me abruma y no merezco, qué menos que ofrecer mi discreción, mi silencio y todo mi respeto por las personas que, como si de pronto se arremangaran de secretos, me enseñan sus brazos en carne viva. Una herida aquí, mira (parecen decirme); otra allá. A punto he estado a veces de echarme a llorar emocionado, no porque me lleven de asombro en asombro descubriendo lo oculto, sino porque me doy cuenta de que deben quererme mucho para confiarme lo que me confían.
Empecé con recuerdos de mi segunda etapa artística y voy ya, al cabo de muchos meses, por donde los lectores han querido que siga. No controlo esto. Se me va de las manos. Pero es que a mí siempre se me ha ido todo de las manos cada vez que los demás dieron un mínimo paso de cariño hasta donde yo me encontraba. ¿Qué quieren? No tengo voluntad para dirigir el curso de nada que no sea sentir fascinación por quienes son fascinantes. Nunca seré rico a menos que me toque una primitiva, que dicho sea de paso tampoco me preocupa echar. Soy un sentimental; y un sentimental es lo menos apropiado que se puede ser para hacer negocios. Mi mayor negocio ha consistido en contar con grandes amigos. Como decía aquella sevillana del genial Moya de Los Romeros: “… amigos al lado mío, que no hay más rico que yo…”.
Y yo… yo he sido también el del video. Ese que está en las bodas con la cámara al hombro -con un ropero a veces más que una cámara-, grabando las secuencias de todo lo que va pasando durante un enlace matrimonial, desde la casa de la novia hasta los primeros bailes que se inauguraron con un vals. Seis, siete, ocho horas sin parar. O más.
Quiero ir escribiendo para este periódico una serie que vaya contando el inagotable anecdotario que procura ese trabajo. No tiene límites. Una cosa es ir a las bodas como todo el mundo, de invitado, a lo tuyo, a divertirte; y otra siendo el del video: el que carga, más que con una cámara, con la tremenda responsabilidad de dejar adecuadamente el recuerdo de un acontecimiento único (al menos así se espera que sea) en la vida de las gentes.
Llegué a esto por pura casualidad y no se me ocurrió a mí, sino a los demás. Unos amigos de Marbella habían visto cosas mías en plan casero, montajes absolutamente cotidianos, carentes de recursos idóneos. Pero les bastó para encargarme una boda:
-¿Una boda yo? No sé… yo nunca he hecho una boda, yo no estoy preparado para jugármela de esa manera y hacérsela jugar a nadie. No se trata de un rodaje, que se pueden repetir las tomas, corregir los fallos. Hay que actuar sin vacilación, porque se casan en ese momento, en ese día, y no puedes pedir otro para subsanar tus errores…
De nada valieron mis argumentos en contra.
-Tú miras las cosas de una forma que no las mira nadie, las sientes de una manera distinta. Queremos un video especial para una boda especial.
Me ofrecieron mucho dinero, más del que yo fui capaz de coger. Y allá que me fui hasta una ermita de Marbella y luego, para el banquete, a un restaurante precioso junto a la mismísima orilla del mar. Las cosas de aquel lugar encantadoramente andaluz y, a la vez, internacional. ¡Qué atrevidos y generosos fueron para sacrificar la técnica en aras de mi “forma de mirar las cosas”! Buscaban un mensaje antes que imágenes y realizaciones perfectas. Me halagaron con su seguridad en obtenerlo conmigo. Y así empezó un cantante a ser el del video.
Todo tendrá su momento para contarse. Es una larga y bonita experiencia con montones de historias bien variadas. Con el resultado gratificante de haber fijado, sin decepcionar a tantos contrayentes, una fecha excepcional en sus vidas.
Nunca me acostumbré a hacerlo. La rutina no me alcanzó ni en las grabaciones ni en los montajes, tan largos cuando se hacen a conciencia, con un resumen de horas cuya contabilidad nadie podría pagar. Pero más impagable que el tiempo empleado hubiera sido el coste de mi emoción, involucrarme hasta extremos inconcebibles en lo que ante mis ojos les ocurría a un hombre y a una mujer. Siempre me tuve por afortunado, bien cerca de los novios por razones obvias y en primera línea, como testigo del amor en el mundo. En esta vida cuando a las cosas les pones pasión y das tu alma toque lo que toque hacer, hasta el del video puede sentir quebrado su pulso cuando un hombre pone la alianza en la mano de una mujer.
(*)José María Fuertes es cantautor y abogado
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