Áspera Sevilla de El Deseado
JUAN VILLA de Huelva Información.
La obra de Francisco Gallardo es Premio de Novela Ciudad de Badajoz
Al contrario de lo que cuentan que dicen los gitanos, siempre es de agradecer un buen principio: «En el Beaterio de San Antonio hay mujeres recogidas… que se ponen tristes al caer la tarde».
Así arranca Áspera seda de la muerte, la última obra de Francisco Gallardo, ganadora del XXI Premio de Novela Ciudad de Badajoz, publicada hace unos meses por Algaida.
La narración se estructura en nueve capítulos y una entradilla que muy bien podría ser una suerte de metonimia del conjunto. En ella están ya condensados sus temas clave: la mujer y la tristeza o, quizá mejor, la tristeza de ser mujer en un tiempo y un espacio indigentes, en un momento bisagra de Europa y de España, cuando La Pepa nacía en Cádiz entre aires de libertad y el fatuo Fernando VII, El Deseado, atravesaba los Pirineos al grito triste, vergonzante y terrible de «vivan las caenas».
Cuenta la historia de Flora de Letona, una sevillana joven, guapa y valiente que se enamora de un heroico teniente del ejército español, Juan Ballester, paradigma de lo más rancio de un país que se debatía entre la modernidad y la caspa absolutista. Harta del maltrato físico y moral a que la tiene sometida el militar, decide separarse de él y buscar amparo en la justicia, y con su decisión arranca su calvario. A lo largo de sus páginas, el narrador nos va exponiendo el ingrato camino de espinas al que Flora se ve obligada a causa de una legislación delirante que anatemiza a la mujer por su sola condición y da la razón al hombre por la misma. La historia tiene una base real, está elaborada a partir de los documentos judiciales del caso que se dirimió en Sevilla casi en los mismos días en los que el ejército francés se retiraba de la ciudad cargado de tesoros artísticos y recelos.
Pero, aparte de este hilo argumental digamos que central, Áspera seda de la muerte nos habla de otras cosas, tiene otras lecturas, otros logros. Entre ellos, darnos un paseo por una Sevilla saqueada por el francés y por la Historia, habitada por enfermedades físicas y morales que la mantienen ahogada desde que su río dejó de dar la talla y los barcos comenzaron a depositar los tesoros de las Américas en el puerto de Cádiz.
Pero por esta desastrada ciudad levítica, de seres hastiales que se regodean en su propia miseria, se pasean también individuos de otra enjundia. Blanco White, un sevillano que quiso dar cauces a las nuevas ideas en su ciudad -y que se tuvo que ir por ello-; Francisco de Saavedra, que quiso dar nuevo cauce también al Guadalquivir como vía de progreso y regeneración; y algunos otros, aquellos a los que en las crónicas se les llamó «afrancesados»; y hasta nos encontramos con Lord Byron comprando en una tienda de guantes.
Desde el punto de vista formal, Áspera seda de la muerte viene marcada por una curiosa sintaxis, muy elaborada, rotunda y sucinta, que marca el tono y el estilo del relato; un esfuerzo no muy frecuente en la novela histórica que generalmente busca la funcionalidad en su prosa. E igualmente elaborada aparece la temporalidad, en permanentes paralelismos, rupturas y costuras que le dan vivacidad y cercanía a lo narrado.
Francisco Gallardo es médico, especialista en Medicina y Traumatología del Deporte, y se nota en sus novelas, cuentos y ensayos; gran parte de ellos tienen como ingrediente fundamental el mundo de la ciencia galénica, caso de la novela que nos ocupa, en la que un grupo de médicos batalla por instaurar la salubridad y la higiene en una Sevilla que en sus costumbres sanitarias parece negarse a abandonar el medievo.
El rock de la calle Feria, finalista del premio Tigre Juan de Oviedo, y La última noche, ganadora del premio Ateneo de Sevilla y traducida a varios idiomas, son sus anteriores entregas y, como Áspera seda de la muerte, ambas tienen a Sevilla, su ciudad, como referente.
Al margen de sus valores estéticos, la novela de Francisco Gallardo tiene el valor añadido de la pertinencia en un momento en el que la problemática de la mujer puja como nunca por una solución definitiva; un buen espejo donde mirarnos. Como dice el dicho: de aquellos barros, estos lodos.
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