La ciudad sin ojeras
A eso de las tres de la madrugada tuve que dejarte, hermosa Feria de Abril por mayo. Me despedí de ti con uno de esos “hasta mañana” que más lamenta el que debe decirlos que quien ha de escucharlos. Para ser capaz de un adiós temprano y en mitad de lo mejor, me sostuve en el amparo de recordar mi trabajo del día siguiente. Es lo único que en nuestras locas e interminables madrugadas ha sabido poner siempre templanza en la pasión que me enciendes.
No conozco aún otra parte del mundo tan incansable como tú, un cuerpo con el aguante que el tuyo, una mirada que no parpadea, que le canta las cuarenta al acoso del sueño y se lo quita de encima con los chasquidos de una sevillana detrás de otra, cuyo compás estuviera entre tus dedos. No conozco otro sitio igual en horas vivas. A lo mejor es que estoy poco viajado; pero, a lo mejor también, es que si los hay tú formas parte de lo especial de la Tierra.
Después de ti sólo he llorado en Venecia. ¡Qué distinta Venecia!, como decía Aznavour. Pero le faltó en la noche mantener el esplendor del día. Hay ciudades que en la oscuridad se quedan como ciertas mujeres frente al tocador cuando regresan de su glamour, que empiezan a quitarse el maquillaje, las pestañas, los rellenos y el postizo completo de una supuesta belleza que al final no era tanta. Sevilla no. Su Feria tampoco. La noche si cabe la engrandece, como si perteneciera bajo la luna a la otra cara de una moneda con hermosura siempre en alza, jamás venida a menos, nuca vencida por el cansancio de tantas horas de exhibirse.
No hay temor en Sevilla por el avance ni el movimiento de las agujas de un reloj que cuenta ya vueltas y vueltas de siglos. No tiene que huir Sevilla de ningún tiempo cumplido ni dejarse atrás el zapato de cristal de ningún cuento. Sevilla es de verdad. Ayer la vi otra vez, una vez más, en la apoteosis de inaugurar su Feria universal.
Por la mañana temprano, muy temprano, me crucé con ella camino de mi trabajo. Lejos de este pedazo inconcebible del planeta, donde quiera que se encuentren los miles de lectores de este periódico digital, ¿podrán creerse que Sevilla seguía como una rosa? Les juro que no llevaba ni ojeras.
(*) José María Fuertes es cantautor y abogado
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