La comida en Chipiona – Décadas años 50-60 2ª parte
Juan Luis Naval. Cronista de la Villa
A la comida que sobraba de un día para otro se le llamaba «el tumbo», y la comida que se llevaba para comer en el campo en un «taleguillo» se le llamaba «el costo». En el campo se hacía una especie de gazpacho que se tomaba al medio día y el fondo que quedaba en el lebrillo, una especie de zurrapa, de sedimento formado en el poso del lebrillo, se le echaba aceite, cebolla, y se comía con el pan. A esto se le llamaba el «Samperre».
También se solía hacer el picadillo o «Piriñaca», ensalada de pimientos verdes, tomates, cebollas, cortados en crudo y en pequeños trozos, aderezados con aceite, sal y vinagre.
También el mal tiempo y los temporales condicionaban la comida. Cuando llegaban los temporales de invierno que entonces eran largos, sobre todo los de marzo, no se podía acudir a trabajar al campo y después de las lluvias no se podía entrar en ellos debido al barro y el agua. Esto coincidía normalmente con los meses de febrero y marzo y se echaba mano de los productos del mar. Se solían comer los erizos, las «ortiguillas» y las galeras con mosto, papas cocías ó rábanos, sentados alrededor de la «copa», «estufa» o brasero y se pasaba la tarde o el día, según como estuviese el tiempo.
En Semana Santa, las tortas de viento, los pestiños, las torrijas de moscatel, los bollos de aceite, el arroz con leche, los roscos se hacían caseros y como nadie tenía horno se llevaba a los hornos de las panaderías como la de «Cervantes», de «Cerpa», Carmelita, etc., y se horneaban allí.
Durante el verano y durante muchísimos años, una señora de Sevilla venía en los «Amarillos» con una canasta en cada brazo vendiendo dulces y tortas de «Inés Rosales».
Comentaban nuestros padres y abuelos que durante el período de la Guerra y Postguerra civil el hambre acuciaba y la gente se las ingeniaban para comer, ya que muchas personas a la falta de alimentación se le unía el trabajo duro de cada día y se encontraban como se decía entonces «espiritaito perdío», totalmente fatigado, extasiado y rendido.
Echaban mano de comer lo que fuese, las «poleás» de maíz, de castaña, de alpiste, etc., que algunos le llegó a costar la vida. Se solía decir en este tiempo al que comía más de la cuenta después de pasar tanta hambre: ¡Muera Marto, pero «jharto»!, como advirtiendo de que te puede hacer daño.
En el Convento de Regla para socorrer el hambre se daba a los pobres una comida que llamaban la «Guiropa» que consistía en un guiso de carne con patatas.
A los niños raquíticos o que tenían poco apetito se les daba como reconstituyente el famoso «candié», un coctel de moscatel o coñac con yema de huevo para fortalecer a las personas que estaban débiles (Algo parecido a la Quina San Clemente). También se les solía dar aceite de hígado de bacalao, que por cierto para tomárselo se necesitaba aguantar al niño entre dos personas, taparle la nariz para que abriera la boca y meterle la cuchara en la boca para que se lo tragase ya que tenía un sabor desagradabilísimo.
Pasado el verano, cuando llegaba finales del mes de octubre comenzaba el perneo de los cerdos, las matanzas de los cochinos, que se solían realizar en las mismas casas. Ese mismo día se acostumbraba a hacer un guiso grande de frijones, garbanzos y coles. Se hacían los chorizos y las morcillas que se colgaban de una caña en el techo de la misma cocina y en una tinaja se conservaba la carne y el tocino metidas en sal. Se invitaba a la familia y a los amigos y, a los que no podían acudir por cualquier impedimento, de salud u otra circunstancia se le llevaban los presentes a sus casas, normalmente con algún chiquillo o vecino.
En la playa se compraban los cucuruchos de camarones, los cangrejos de pelos y las «coñetas», además de las patatas fritas y los picos que se vendían en unos canastos que llevaban los vendedores a veces en la cabeza y otros en los brazos.
En los bares o tascas lo habitual era beber vino a secas, o cuando mucho acompañado de unos cacahuetes a los que llamábamos avellanas, altramuces, «artambuces», en algunos sitios en verano caracoles, y poco más, la cerveza y el Coca-Cola eran productos que todavía no se habían introducido lo suficiente en Chipiona y por supuesto las mujeres no entraban en los bares y tascas. Más tarde, ya metido en los años 60 con la innovación de las tapas calientes de cocina realizada principalmente por «Flichy» en el bar «El Colmao» (Hoy Peña Bética), las mujeres comenzaron a frecuentar los bares, sobre todo las parejas jóvenes.
Cuando se iba al cine, lo normal era comprar pipas «tostáh», no en paquetes, sino acabadas de tostar en el mismo carrito donde se vendían, calentitas y en un «cucurucho» de papel de estraza, también se comían las de calabaza, las cotufas o chufas, los garbanzos «tostaos», los «artambuces» o altramuces. Cuando era su tiempo los piñones tostados, las castañas asadas, etc. (Recordar aquí a los vendedores de entonces como «Manodi», «El Quirriqui», «El Limón», «La Piculi», el Quiosco de Regla la Grande, después de Manolín, el de Pepa la de Vicente en la placita Pío XII, etc.)
Cuando llegaban las fiestas de Corpus o de la Virgen de Regla, que representaban el comienzo y el final del verano, podías probar las arropías, la garrapiñada, el coco, los caramelos cuadrados de azúcar cogidos con un palillo de dientes, etc. (Caso curioso el del «Maestro Palillo» que los vendía estos caramelos en la peluquería que tenía, tanto en C/ Isaac Peral como en la entonces Gral. Sanjurjo).
Cuando en la escuela se iba de excursión o de gira al pinar, a Camarón o a los cerros que había junto al Faro, se solía llevar para comer en un «taleguillo», un huevo duro o un bocadillo de tortilla de papas o de chorizo, y había gente que llevaba de postre una naranja, un plátano o un «pero» si era tiempo de ello. Una vez allí se comían los piñones, los palmitos y las palmichas, «algofaifas» o azufaifas, etc.
Por último, recuerdo de pequeño que los niños cuando deambulábamos por las calles, el campo o por los jardines de los chalets nos comíamos toda clase de cosas que veíamos. De las bodegas la «lía» que era el asiento del fondo de las botas de vino que por cierto si te pasabas un poco comiendo te daba unos dolores de barriga que no veas. Las vinagreras, las raíces de las vinagreras a las que llamábamos «porros», los niños llorones, las rositas de pitiminí, los higos sangre, los higos chumbos, los botones de las malvas, los martinetes, los chupos del cerro, los tronchos de las coles, los chupos de los higos chumbos, el «parazú» de palo, las algarrobas, las moras, los higos secos, los damascos verdes, las murtas, la caña de azúcar, los dátiles de palmera común, etc., los dátiles del Irak como anunciaba «Manolo el del Colmao» era poco menos que un lujo, había que comprarlos en la tienda ya que en Chipiona no los había.
Juan Luis Naval Molero. Cronista Oficial de la Villa de Chipiona.
Para ver anteriores publicaciones:
http://chipionacronista.blogspot.com.es/
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