ERIKA LEIVA DA UN CONCIERTO EN EL MÁS ALLÁ
Homenaje de Sevilla a Rocío Jurado
Si fuese alguien, sería ella. Si la historia fuera capaz de hacernos en un mismo siglo el mismo regalo, si los que ya corrimos la difícil y rara suerte de ser contemporáneos de Rocío Jurado pudiéramos repetir fortuna, si un mismo tiempo, una misma época contuviera dos veces el milagro de una capacidad vocal prodigiosa, sería con Erika Leiva. Lo de Rocío Jurado no volveremos a verlo. Pero puede que tampoco lo de Erika Leiva. En su concierto de anoche en el Maestranza, abarrotado por el público, puesto en pie constantemente, la artista de La Línea tributó de la mano de Sevilla su homenaje a “la más grande”.
Ha sido el concierto del más allá, un enérgico desafío a la muerte, una potente vibración reclamando a viva voz y con sangre caliente que nunca se van del todo los seres insustituibles como Rocío Jurado. Dos horas y media tocando la gloria donde ella está.
Un bellísimo prólogo de lo trascendente, pidiendo la ayuda de Dios para caminar, abrió una noche espectacular de principio a fin, sin altibajos, en el máximo nivel de lo sobrecogedor, en eso que llamamos tener la piel erizada y los vellos de punta. “Lucha, lucha, lucha…”, persistente y sin desmayo, como un himno a la tenacidad humana. Impresionante en las gargantas de un coro sublime, cuando la voz se tensa en el arco que va desde lo humano a lo divino, cuando el canto escala las luces cenitales que encuentra en el espacio. Un viaje repentino y para todos desde Sevilla a las estrellas, una oportunidad extraordinaria de asomo al lugar celestial que ahora ocupa Rocío Jurado. Volvimos confortados. Rocío está bien.
Desde el amplio escenario y con Erika al frente, un impresionante elenco de especialistas en calentar motores, hizo posible el despegue de todos juntos hasta una dimensión lejana y de escogidos donde ahora vive -¡vive!- el astro eterno. El Maestranza daba la sensación de haberse convertido en Omnimax, como si las butacas girasen hacia el destino común de una emoción vertiginosa.
En tiempos nada sobrados de buen gusto, la envoltura general del concierto fue la exquisitez, una verdadera delicatessen del arte. Fue ver para creer. La pulcra dirección musical de Daniel Matas, refinado en el piano hasta extremos inesperados. Músicos de impecable ejecución, diría que infalibles donde todo estaba proyectado para que nada fallara; con auténticos maestros en lo suyo como Bruno Marvizón, Juan José Puntas o Agustín Henke. En el baile, un increíble Juan José Díaz, de Marchena -apunten-, que llegó a merecer bajo los pies la arena del ruedo que le quedaba tan cerca. Con él, anoche se danzó en otro planeta aunque lo viéramos desde la Tierra. Puso en pie los tendidos.
¡Y una sorpresa! ¡Manuel Lombo! Otro artistazo sumando gusto y elegancia al conjunto supremo que lo esperaba. Todo encajaba. Se repartió con Erika Leiva y Matas al piano los pasajes melódicos de Rocío Jurado. Y de pronto, la evocación de Manuel Pareja-Obregón. Ya no era cantar, sino hipnotizar.
Erika afrontó, plena de facultades para hacerlo, el repertorio más universal de Rocío Jurado, recorriendo las decisivas baladas del gran Manuel Alejandro en la carrera fulgurante de la chipionera, o caminando por las coplas que incluso excedían las propias de la Jurado, pero le fueron asignadas en el musical de la Expo, “Azabache”, trayendo así la evocación de Estrellita Castro, Concha Piquer y Juana Reina. Supo cantar a Rocío Jurado justo hasta la línea sutil que separa el respeto de la imitación, siendo ella en temperamento, pero sin intenciones de invadir un lugar sagrado para el público. Y sostuvo la entereza vocal de tan arriesgadas tesituras hasta en el peligro de la más acusada expresividad e interpretación.
Para terminar y en honor a la verdad, debo confesar que en noches como la de ayer vuelvo a ser consciente de que este humilde oficio de escribir no es más que la tarea de contar reflejos, una especie de frustración constante por culpa de ese empeño incorregible de pretender que vean los demás lo que uno contempla.
Pepe Fuertes
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