Inflexibles con la corrupción , por José Joaquín Gallardo
En el libro “El nombre de Dios es Misericordia” el Papa Francisco afirma que se debe ser “misericordioso con el pecado pero inflexible con la corrupción”, refiriéndose tanto a la sociedad civil como a la iglesia e identificando la corrupción con una actitud de vida, al señalar que el corrupto “construye una autoestima basada en conductas fraudulentas, transcurriendo su vida por los atajos del oportunismo, aún al precio de su dignidad y la de los demás”.
Entendemos por corrupción la conducta continuada de abuso de poder perpetrada por quien ostenta un cargo público para obtener beneficios contrarios a la legalidad, generalmente económicos, de naturaleza defraudatoria y en perjuicio de la colectividad. Me circunscribo aquí a la corrupción de los políticos por ser la más grave y extendida, aún siendo también graves las perpetradas por funcionarios o particulares. Esa corrupción suscita una especial alarma social porque atenta a la economía de todos y supone además una defraudación moral a la ciudadanía, al poner en riesgo la confianza colectiva en el estado de derecho.
Vergüenza produce comprobar que muchos políticos actúan sin el menor escrúpulo, como si los fondos públicos fuesen de su pertenencia. Y preocupante es constatar que la corrupción ha sido una constante casi desde la instauración de nuestra democracia, en todos los ámbitos territoriales y prácticamente bajo todas las siglas. Por ello los acrónimos políticos se han devaluado tanto ante quienes procuramos mantener libertad de criterio frente a las intoxicaciones partidistas, mediáticas y sectarias. Hoy por hoy solo podemos defendernos de la corrupción repudiándola y en las urnas, votando en absoluta libertad y con recta conciencia.
En cuarenta y tres años de ejercicio profesional y casi cinco lustros como decano de los abogados sevillanos he conocido demasiados comportamientos corruptos. Téngase en cuenta que en los procesos penales los letrados somos siempre quienes más verdad material acabamos conociendo aunque no lo pretendamos, pues al final sólo una exigua parte de ella queda esclarecida como verdad judicial. En causas pretéritas conocí basura de corrupción y en el decanato también recibí muchas confidencias, por lo que puedo asegurar con conocimiento de causa que la corrupción aflorada es sólo una ínfima parte de la padecida por la sociedad española, madrileña, catalana, valenciana, andaluza o sevillana.
Hora es ya de que la sociedad toda se plante contra la corrupción, con la inevitable excepción de los corruptos, secuaces y encubridores, que generalmente son también políticos de estómagos agradecidos sin principios o sin agallas para alzar la voz ante los aparatos partidistas. La corrupción todo lo infecta y cuanto más cerca se detecta más repugnancia produce, aunque sea igual de indignante que la acaecida en otras latitudes. Basta ya de obstaculizar las investigaciones y blanquear a los corruptos con argumentos pueriles, cuando procedería hacerles un cordón sanitario a ellos y también a los restantes corruptos que han logrado eludir la acción de la justicia, como muchos sabemos.
Sólo recobraremos la confianza en los políticos cuando los aparatos partidistas estén en manos de militantes honrados, que se enfrenten a sus corruptos y luchen abiertamente contra la degradación moral que estos pretenden mantener. Es necesario un pacto de estado contra la corrupción en el que los partidos acuerden pedir perdón a la sociedad por los delitos cometidos bajo sus siglas, obligar al cumplimiento integro de las penas, luchar eficazmente contra la corrupción y aislar social y políticamente a todos los que la practican.
Retomando el sentido de las palabras del Papa Francisco, téngase clemencia con los corruptos pero sólo cuando se hayan mostrado verdaderamente arrepentidos, que el delito es sumamente grave al igual que su ocultación. Seamos misericordiosos con todos los delincuentes apesadumbrados pero inflexibles con la corrupción y su encubrimiento político, porque el principio ético y moral es terminante: “pecadores si pero corruptos no”.
José Joaquín Gallardo es abogado.
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