Sevilla, Sevilla, Sevilla, por José Joaquín Gallardo
A veces la vida coloca el foco sobre algunas de esas personas que pasan entre nosotros haciendo el bien con tanta naturalidad como eficacia, actuando en beneficio de los demás por mera filantropía o por fraternidad cristiana. Conviene resaltar la labor que desarrollan quienes son referentes en caridad y solidaridad así como los valores que les inspiran, pues demasiadas veces esas conductas ejemplares acaban silenciadas.
El fallecimiento de fray Carlos Amigo Vallejo ha traído al primer plano su propia figura de gran hombre, en toda la extensión del término, que ha pasado por la vida haciendo mucho bien con el desempeño de la alta dignidad eclesiástica de cardenal arzobispo de Sevilla. Sus exequias en la catedral hispalense evidenciaron lo mucho que se le quería en su archidiócesis. Quienes tuvimos el honor de portar su féretro vivimos esos momentos conscientes de que don Carlos era ya historia vivida de la que extraer grandes enseñanzas.
Fue entonces cuando muchos reparamos en la figura frágil y apenada de Pablo Noguera Aledo, humilde franciscano de la Cruz Blanca y fiel secretario del cardenal durante casi treinta y ocho años. Maestro en diplomacia vaticana, su inquebrantable discreción guarda muchísimos secretos de esta ciudad. Era inmensamente querido por el cardenal, quien le trataba como a un hijo del que se sentía orgulloso. No me equivoco si escribo que don Carlos y Pablo, magnifico tándem, se admiraban recíprocamente con igual intensidad.
Es así como el leal y abnegado secretario ha quedado ya inscrito en la historia de la ciudad, tras ganarse la consideración y el cariño de las decenas de miles de sevillanos que le hemos tratado. Él también ha dejado dictada una impagable lección de amor a Dios, bonhomía, caridad cristiana, entrega a los demás y espíritu de servicio. Su lema ha sido siempre el franciscano Paz y Bien, que tanto le ha vinculado a su cardenal franciscano.
Se comprende que el momento más emocionante del funeral se produjese justo cuando el hermano Pablo pronunció unas profundas, bellas y sabias palabras, que provocaron una larga y emocionada ovación. Oíamos al propio don Carlos en la voz dolorida de su secretario, que relató los sucesivos destinos pastorales hasta llegar al de arzobispo de nuestra archidiócesis. Entonces, con la voz entrecortada por la emoción, exclamó: “Sevilla, Sevilla, Sevilla … de Sevilla no puedo decir nada”. Hermosa declaración de amor de Pablo que también sonó a don Carlos, que tanto monta monta tanto en eso del amor a Sevilla.
En ese instante supe que la ciudad estaba obligada a premiar tanto servicio y entrega. Gratitud debida a quien había trabajado por nosotros, sirviendo a la Iglesia de Sevilla. Benedicto XVI ya le concedió en 2007 la Medalla Pro Ecclesia et Pontífice. Ahora correspondía el reconocimiento de la ciudad agradecida. Por ello me ha satisfecho mucho que el alcalde Antonio Muñoz haya sabido captar el sentimiento de gratitud de tantos y tantos sevillanos, al proponer al hermano Pablo para esa importante Medalla de Sevilla que se le impondrá en la festividad de San Fernando.
Sevilla agradecida toma nota de los servicios prestados por Pablo Noguera. Al entregar esa Medalla la ciudad rememorará también su permanente reconocimiento al cardenal Amigo. Me congratulo porque en este trance Sevilla y su alcalde han actuado con exquisita elegancia, cual era debido. Y me alegro enormemente por el hermano Pablo, que ha sabido proclamar su amor en franciscana prosa poética con tres suspiros: Sevilla, Sevilla, Sevilla.
José Joaquín Gallardo Rodríguez es Abogado.
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