Queridísimo don Carlos, por José Joaquín Gallardo
A los sevillanos se nos ha estremecido el alma con lo suyo, querido don Carlos Amigo Vallejo. Usted nos conoce perfectamente y sabe que estamos bien despachados de buenos sentimientos. Pero sabe también que aquí la muerte ni mentarla. Oigo su risa franca y sonora al leer esa última frase y me vuelve a doler mucho lo suyo.
La fatal noticia nos ha colocado ante la verdadera dimensión de su persona, que ahora se nos muestra aún más grande de lo que veíamos y pensábamos. Hemos perdido a un maestro de vida del que muchos sevillanos hemos aprendido muchísimas cosas. Es el momento de agradecer a Dios el inmenso regalo de haberlo puesto entre nosotros para que pastorease nuestras almas y fuese ejemplo de vida.
Durante su largo episcopado se entregó denodadamente a las mejores causas, con envidiable inteligencia. Su lema fue servir a todos, muy especialmente a los más desfavorecidos. Era admirable su fortaleza física y espiritual para atender siempre a quien le necesitaba. Con su inseparable secretario Pablo Noguera estaban de guardia permanente. De ellos aprendimos que solo servir a los demás justifica una vida.
En la capilla ardiente he abrazado a su fiel servidor Pablo, hasta el ultimo momento muy cerca del cuerpo yerto del cardenal. Entre tantas y tantas grandes coronas, justo junto al féretro un humilde ramito franciscano de flores silvestres con una escueta leyenda: Hermano Pablo. En un rincón del salón de palacio un corpulento fraile rezaba absorto el santo rosario mientras Pablo repetía, a modo de consuelo, que don Carlos se queda para siempre en Sevilla. Magistral también esa última lección.
Guardo muchos entrañables recuerdos de ese cardenal que a los abogados siempre nos ofició la misa anual en honor de la Inmaculada Concepción, común patrona de la familia franciscana y del Colegio de Abogados de Sevilla. Pero son recuerdos e incluso confidencias que deben quedar en la memoria de cada uno, como valiosisimas enseñanzas.
A pesar del dolor que hoy nos hiere sabemos que “lo suyo” no ha sido la muerte sino la Vida eterna y definitiva, querido don Carlos. Sabemos también que sólo vivimos en Dios y que ya usted intercederá siempre por todos nosotros. Esa es la Vida verdadera. Muy cerca de la Virgen de los Reyes quedarán sus restos mortales por los siglos de los siglos. Eso es ya historia que muchos hemos tenido la suerte de haber vivido.
Qué gran altura de mitra la de este cardenal que sobrepasó con mucho los títulos y las dignidades eclesiásticas para lograr lo realmente importante: ser enormemente querido por toda Sevilla, una ciudad a la que se entregó en cuerpo y alma y que acabó siendo suya. Paz y bien por siempre, queridísimo don Carlos.
José Joaquin Gallardo Rodríguez.
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