Marcha por la Libertad del Pueblo Saharaui. Etapa Final .- Campo del Moro- Plaza de España- Puerta del Sol 19 de Junio
Juan Rincón.
Esa mañana tenía yo un poco de mala conciencia por haberme escaqueado del grupo de caminantes y cambiar la colchoneta y el suelo de la parroquia de San Carlos Borromeo por la cómoda cama que me ofrecía mi amiga N. No fue la comodidad el principal factor que me hizo elegir esa opción. O no fue eso solamente. Habíamos terminado de comer sobre las cuatro de la tarde en un bar de la calle Montera. Aunque hubo algún incidente que alteró el estado de ánimo colectivo; la comida estuvo bien y la sobremesa fue un rato relajado tras las casi doce horas de fuertes emociones que habíamos vivido poco antes en la llegada y travesía de Madrid. Risas potentes y reflexiones profundas se mezclaron con los postres. Pero luego, antes de ir al “albergue” generoso de la parroquia obrera situado más allá de “donde Cristo dio las tres voces” o acudir por la tarde a otro acto de recepción allá por Aravaca – “donde Cristo perdió el mechero” – el grueso de la columna decidió comenzar los festejos de culminación con unas copas que se prometían sin hora de finiquito. A mí el cuerpo no me pedía bailes, canciones y marcha sino más bien silencio o al menos charla íntima y cercana. Además, la obligación contraída de escribir estás crónicas cada atardecer me llevó a buscar la parada de metro más cercana y la ruta a la casa de mi querida amiga.
Intenté lavar la veterana sudadera blanca de la marcha que ya mostraba evidentes muestras de las últimas cuatro jornadas. La tendí tarde y, como resultado, la noche de Madrid no fue especialmente calurosa como otras, tuve que tomar el metro mañanero con la camiseta húmeda. Tiritaba un poco. La emoción. Iba a buscar a E. y a la gente que acababa de llegar en el autobús tras viajar toda la noche para participar en la manifestación. Una confusión en la cita me regaló la primera caminata del día – dos kilómetros desde la Plaza de España a la Plaza Mayor y otros tantos a la vuelta- y un extraño paseo por calles habitadas por trasnochadores perjudicados y cristianos de etiqueta en ruta a sus ritos. Policías de mal genio y peores hábitos – “ …a ese le he hablado yo en el único lenguaje que entiende…”… oí decir a uno al pasar cerca tocándose la porra – nos observaban con mirada torva.
En el Campo del Moro, el lugar de concentración de la Columna Sur, ya empezaba a reinar la animación. Algunos autobuses ya habían llegado y la comunidad saharaui empezaba a llegar con sus niños y niñas y su bullicio reivindicativo. Abrazos y risas. Reencuentros de viejos amigos de antiguas acogidas y viajes a los campamentos de Tinduf. No teníamos permiso para salir en manifestación hasta Plaza de España pero se entrenaban los gritos: “¡¡Sahara, libertad! ¡Polisario, vencerá!!” pero sobre todo el grito de puesta en marcha que habíamos patentado días atrás: “¡¡Columna Sur: Ajú, ajú, ajú!””
Los caminantes habíamos recibido de la organización de la marcha el encargo de concentrar la columna andaluza y llevarla tras nuestra pancarta hasta la concentración prevista en la cercana Plaza de España. Lo intenté, juro, con el apoyo del resto de los caminantes fijos. Trasmití varias veces las instrucciones de la organización y cuando me disponía a repetirlas con la ayuda de un megáfono, alguien me lo arrebató de las manos y empezó a dar otras instrucciones diferentes. Porque sí. Empezaron a aparecer jefes y jefes – siempre hombres, siempre nacionales – que yo no conocía, que no habían marchado ni conmigo ni con X., ni con R., ni con N., ni con J, ni con la columna de Granada- Jaén, que se contradecían entre ellos y por supuesto con lo que yo llevaba una hora repitiendo por mandato de la organización.
Si yo decía que allí se estaba formando la Columna Sur, alguien decía que allí no se estaba formando nada o que todo el mundo a la fila. Si yo decía que estábamos esperando al autobús de Jaén, alguien anunciaba que el autobús ya había llegado y estaba en la Plaza de España. Si yo decía que calma, que salimos en cinco o diez minutos, alguien gritaba que fuéramos marchando que la manifestación ya se movía… y así. Nuestra posición, la de los caminantes reconvertidos en organizadores, era difícil.
A pesar de los 500 kilómetros en las piernas no conocíamos la organización ni sabíamos quien estaba dando las ordenes de salir, quién estaba estableciendo la ruta. Si algún espía marroquí hubiera tomado el mando y hubiera conducido a la columna – o lo que fuera aquello – hasta el balcón junto al Palacio Real y hubiera sugerido saltar por allí, seguro que algún grupo habría reconocido su autoridad e intentado volar hasta la Casa de Campo para buscar allí el principio de la manifestación.
Lo cierto es que lo que pensábamos que iba a ser una columna de doscientos o trescientos andaluces se convirtió en un alocado cortejo de mil o dos mil personas – saharauis, gaditanas, madrileñas, segovianas, abuelas renqueantes, niños con banderitas, melfas coloridas, pancartas a medio plegar,…- corriendo alocadas por avenidas, sorteando obras, atravesando túneles, atajando cruces, provocando iras de conductores facciosos o intolerantes, perseguidos por policías que nunca hicieron el menor gesto de facilitar aquella diáspora urbana y recibiendo continuas llamadas de la organización que amenazaba con salir y dejarnos cortados en cualquier punto de la capital.
Cortamos a la brava el tráfico de cien calles para asegurar la integridad de las personas que corrían desesperadas y gritaban asfixiadas cuando las pausas lo permitían. Los semáforos pasaban del verde al rojo una y otra vez y la serpiente humana, estrechada por el paso de aceras diminutas, no parecía tener fin. Los conductores se desesperaban. Algunos manifestantes contestaban airados a sus bocinazos con consignas “poco adecuadas”.
Cuando por fin llegamos con los últimos rezagados a la cola de la manifestación, encontré a Luis, uno de los huelvanos más solidarios y más veteranos que acaba de conocer en el Campo del Moro, en el suelo atendido por el SAMUR. Tenía una brecha fea que necesitaba puntos en la ceja derecha. Se había caído con la urgencia y la prisa. Los paramédicos insistían en llevarlo a un hospital y él insistía en negarse. Estaba sólo. Ya me veía en el 12 de Octubre con él. De manera sorprendente, nos vieron desde la cola de la manifestación y vinieron a acompañarlo gentes más cercanas a él.
Miré por primera vez hacia arriba. La manifestación ya era un gigante multicolor que rugía ora homogéneo, ora en mil consignas, y ocupaba la Gran Vía. Ya se movía lenta y sólida hacia Sol. Lo habíamos conseguido. Tanto en número como en vida, esta movilización superaba todas mis expectativas. Con una décima parte hubiera quedado satisfecho. Ahora estaba pletórico.
Respiré. Me puse a buscar a mi gente cercana. Pude abrazar a Vi y a Pepe, un regalo añadido. Di mil otros abrazos. Grité mil veces más desde la cabeza iniciando las consignas hasta que un par de pequeños saharauis tomaron mi lugar con más motivos, más potencia y simpatía. Aproveché para recorrer de arriba abajo el cortejo. Vi sonoras batukadas donde la gente bailaba desenfrenada, desfiles demasiado serios y organizados donde no abundaban precisamente las banderas saharauis, alegres corros informales donde las consignas eran a partes iguales en hassania – “ Chikayu,chikayu / udmalik yaharag bayu” o “Labadil labadil, antagrir almasir” – y en castellano – “De este a oeste; de norte a sur; la próxima marcha será a El Aaiun”; pancartas moradas con consignas feministas – “Ni la tierra ni las mujeres son territorio de conquista” – ecologistas, pacifistas, etc..; pertinaces vendedores de “periódicos obreros”; y al final, de nuevo, mis caminantes queridas y queridos y mi gente de Cádiz a la cabeza de la columna Sur estrenando consigna para un día tan señalado: “Mohamed, mamón, te va a comé un mojón”.
Paso lento pero firme. Voces cansadas pero incansables. La cabeza de la manifestación doblaba por Callao hacia Sol cuando la cola – mayormente andaluza – aún apenas se movía de Plaza de España. Yo subía y bajaba frenético para empaparme surfeando olas solidarias con mi camiseta llena de lamparones de sudor y de otras sustancias resistentes a los lavados someros. Cuando llegué a Sol por primera vez ya la manifestación ocupaba gran parte de la plaza. Buscábamos un sitio para agrupar la columna Sur y vimos un hueco a la izquierda de los escenarios pero cuando llegó la cola, una hora después, ya no había hueco dónde meter a todo el mundo y la solidaridad andaluza se repartió en una nueva diáspora por la plaza.
Mientras nos abrazábamos en los alrededores del kilómetro cero, por el escenario pasaban portavoces y más portavoces. De algunos me confortaba su dignidad. De otros me sobraba ese compromiso con el pueblo saharaui que proclamaban enfáticamente pero que no se había visibilizado al paso de la marcha. Lo repito, ha habido partidos y sindicatos que solo han tenido presencia en los actos de las grandes ciudades y en los comunicados finales. Ni un caminante, ni un local para dormir, ni una botella de agua fresca al pie de los caminos. Partidos que no parecían tener militancia, solo cargos públicos que se asomaban al escenario o a la pancarta pero nunca a la carretera. Sindicatos mayoritarios y minoritarios que no parecían tener afiliados de carne, hueso y piernas para caminar, sólo secretarias y secretarios mil. Solo IU y el PCA, solo el SAT se hicieron presentes cuando la fatiga y el desánimo llegaba. Gracias.
Llenamos Madrid de gente solidaria. ¿Fuimos 15.000, fuimos 10.000, fuimos 5.000? Que importa. El País, El Mundo o RTVE quisieron tapar con miserable y criminal complicidad nuestro grito. El País – que se tilda de ser de centro izquierda- daba como noticia en primera plana de su sección internacional la muerte del perro de Biden. El Mundo anunciaba “España se atasca ante Polonia” suministrando futbol como sustitutivo. La ministra González Laya anunciaba en la Vanguardia el mismo día que: “España está dispuesta a escuchar a Marruecos sobre El Sahara”. Y para escuchar a Marruecos han intentado callar las voces de todo un pueblo, el saharaui, y de los miles y miles de personas que hemos marchado y marcharemos con ellos. ¿Qué necesitan para escuchar también al pueblo saharaui? ¿Qué la guerra devaste el norte de África? ¿Qué vuelvan los tiempos de la propaganda armada? ¿Qué se quemen a lo bonzo ante la sede del ministerio?
Llegó después la hora de las despedidas. Mis amigos de Paiporta me regalaron otra camiseta solidaria con el Sahara. Limpia. Como si hubiera llegado a Fisterra. Me costó trabajo despedirme de la veterana. Solo quemé el sombrero. Es el kilómetro cero de otra marcha más dura pero que acabará en El Aaiún liberado. Seguro.
“Conmigo llegarán
la galería de los paisajes que vi,
el ramillete de saludos que me regalaron
y un bodegón de palabras que me alentaron.
Llegarán conmigo
un millón de pasos que di
huyendo del sol
por las mañanas
y buscando su ocaso
por las tardes.
Y apenas un breve momento,
un segundo después de llegar,
con todo eso cargado
en mi mochila nueva
empezaré a caminar de nuevo.”
¡! Sahara, libertad!!
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