El padre José Lerchundi
Por Juan Luis Naval. Cronista de la Villa.
El tiempo pasa inexorablemente, y la memoria colectiva es débil, por lo que personajes que fueron piezas fundamentales en el desarrollo de nuestra historia pasan a ser para muchas personas de las nuevas generaciones de chipioneros y visitantes perfectos desconocidos.
El rótulo de una calle en el casco antiguo, una estatua en la Explanada de Regla y el acuerdo del Ayuntamiento de Chipiona de nombrar al Padre Lerchundi con el título de hijo adoptivo y predilecto de la Villa conservan la memoria del Padre José Lerchundi en Chipiona. ¿Pero quien era y que hizo este personaje para que se le dedicase estos nombramientos y se colocase en la Explanada de Regla, delante del Santuario la primera estatua de Chipiona?
José María Lerchundi nació en Orio (Guipúzcoa – 1836) y murió en Tánger (Marruecos 1896), fue escritor, arabista, diplomático, miembro correspondiente de la Real Academia Española (1874), socio honorario de la Sociedad Española de Africanistas y Colonitas (1884) y condecorado con la encomienda de número de la Real Orden de Isabel la Católica.
En 1882 llevaba el Padre José Lerchundi tres años al frente de la Misión Católica de Marruecos y ya empezaban a acentuarse en ella los nuevos rumbos que desde un principio le imprimiera.
El Padre Lerchundi era consciente de que la obra de renovación de la Misión Católica en Marruecos no sería posible sin la aportación de nueva savia misionera; era imprescindible renovar el personal misionero.
El único Colegio existente entonces, el de Santiago de Compostela, no podía responder a las urgentes necesidades de nuevos hermanos para la misión. Necesitaba un nuevo Colegio de Misiones.
La idea la expuso el Padre Lerchundi al Nuncio y al Vice-Comisario general de la Orden.
A partir de ese momento se abrió un tiempo verdaderamente apasionante para el Padre Lerchundi. El lugar a escoger debería tener buen clima, no tan húmedo como el de Galicia, y ofrecer unas posibilidades que permitiesen establecer un Colegio misionero, con locales y dependencias amplias y con infraestructura suficiente para “Casa de formación”. Y comenzaron las visitas, idas y venidas, informes, dificultades, proyectos y sueños.
Se dirige el Padre Lerchundi a Andalucía y visita “La Rábida” y “Loreto” (Espartinas, Sevilla), siempre siguiendo la línea de los conventos abandonados desde la exclaustración. No le disgustan, pero cuando pocos días después va al Santuario de Nuestra Señora de Regla (Chipiona), todo su horizonte se ilumina. Informa enseguida a la Obra Pía y se inclina de una forma definitiva por el Santuario de Chipiona. Todo lo ve favorable.
El Convento de Nuestra Señora de Regla había corrido la misma suerte que todos los conventos de España en el año 1835. Con la exclaustración forzosa, los Agustinos, que desde hacía siglos eran sus guardianes, se vieron obligados a abandonarlo. Y empezó el silencio, el saqueo, la ruina y el olvido.
Todo cambió cuando los Duques de Montpensier, que habían restablecido su residencia de verano en Sanlúcar de Barrameda, se convirtieron en los mecenas del Santuario; restauraron la antigua iglesia y señalaron un capellán para que se encargase del culto.
Superadas una serie de dificultades con el Nuncio y con el Gobierno español, ya que el Santuario tenía otros pretendientes, jesuitas, benedictinos, etc., el Padre José Lerchundi pudo ver cumplido su sueño.
El 29 de agosto de 1882 llegaban por mar a Chipiona, procedentes de Galicia, 23 miembros de la comunidad de Santiago 3 sacerdotes, 1 hermano laico, 12 profesos estudiantes, 5 novicios y 2 terciarios. Unos meses antes, en marzo de ese mismo año, habían llegado, procedentes también de Santiago, cuatro religiosos, dos sacerdotes y dos hermanos, a realizar las obras necesarias y a preparar el terreno.
La nueva fundación comenzaba, por tanto, con un total de 27 frailes. Para la inauguración solemne se escogió el próximo día de la Virgen de Regla, 8 de septiembre de 1882.
Pero el P. Lerchundi, además de todo esto, fue meritísimo protector de la infancia desvalida. Un aspecto de su vida digno de ser conocido y divulgado.
En 1882 surge la idea de dotar a España de Sanatorios marítimos para combatir la escrófula y el raquitismo en la infancia. Pero los fracasos se sucedían unos tras otro. Sin embargo, la idea bullía cada vez más potente en la cabeza del privilegiado de D. Manuel Tolosa Latour.
Los repetidos fracasos le hicieron convencer de la necesidad de contar con un hábito que le permitiera llegar a los poderosos en demanda de ayuda y protección. Y es entonces cuando tropieza en la ruta de su vida con la figura del Padre Lerchundi y oye de sus labios esta expresión de apoyo incondicional y decidido: <
Debido a la colaboración moral y económica del Padre Lerchundi al desarrollo definitivo del proyecto, puede considerársele en justicia como cofundador, añadiendo que sin su doble aportación e influencia jamás se hubiese convertido en realidad la fundación del Sanatorio Marítimo de Santa Clara en las hermosas playas de Chipiona.
A un justo y sincero agradecimiento responden, pues, estas expresiones reiteradamente estampadas por Tolosa Latour en sus cartas: <
Su labor en Marruecos.-
La situación de Marruecos cuando llegó el Padre Lerchundi era de retraso en comparación con las naciones europeas, pero había tomado conciencia de que tenía que superarse y progresar para evitar la ocupación cultural, económica y política de los países europeos.
Consciente de esta realidad centró su actuación en los campos en que la urgencia y necesidad era mayor: la enseñanza y la salud pública.
Fundó las escuelas de Tánger para niños. Algo más tarde, en 1883, para atender a la educación de las niñas, trajo de España a las primeras religiosas que se dedicaron a la enseñanza en África, las Terciarias Franciscanas de la Inmaculada.
Se construyeron en 1896 dos Colegios en las afueras de la ciudad, uno para niñas, el Colegio de San Francisco de Asís, y otro para niños, el Colegio de San Buenaventura.
Creó en Tetuán un centro para el estudio del árabe, donde debían prepararse los misioneros y los numerosos jóvenes españoles que habían de servir de intérpretes en embajadas y consulados.
Con un gran sentido social completó esta gran labor con la creación de una Escuela de Artes y Oficios en Tánger.
Él mismo se dedicó al estudio del árabe como el medio primero e indispensable para servir mejor a la evangelización, y lo exigió a los misioneros que se iban incorporando a la Misión. Su dominio del árabe, <
En el plano de la enseñanza profesional, fundó en Tánger la imprenta hispano-arábiga (1888), a la que agregó un taller de encuadernación y otro de carpintería.
El P. Lerchundi trabajó además para crear una verdadera intercomunicación cultural. Esto lo podemos apreciar sobre todo a través de la abundante correspondencia mantenida con arabistas, así como con viajeros y exploradores, aventureros, médicos, hombres dedicados al comercio, la industria y las comunicaciones.
A su muerte en 1896, la prensa de todos los matices reconoció y enalteció los grandes méritos del Padre Lerchundi, declarando a una voz que no ha habido guerrero ni diplomático que haya prestado más servicios a la causa de la civilización marroquí y a los intereses de la Iglesia en aquellas partes. Su gesta, ya casi olvidada, ilumina toda la página histórica relativa a las relaciones hispano‑marroquíes en las tres últimas décadas del siglo XIX.
Con su muerte desapareció una de las figuras más eminentes de este siglo.
En 1996, la Asociación Cultural Década 60-70 con motivo del Centenario de su muerte le dedicó un homenaje en el lugar donde se encuentra la estatua de tan insigne benefactor de Chipiona.
Resumen obtenido del «Directorio Franciscano – ENCICLOPEDIA FRANCISCANA.
Juan Luis Naval Molero Cronista Oficial de la Villa de Chipiona.
Para ver anteriores publicaciones:
http://chipionacronista.blogspot.com.es/
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