LA PUESTA EN ESCENA DE CADA DÍA
Jamás olvidaré lo que Rocío Jurado, sabiéndose ya presa del cáncer de páncreas, declaró a Jesús Quintero en una de sus entrevistas televisivas:
-No te puedes imaginar lo que significa escuchar que ya no vas a formar parte del maravilloso espectáculo de la vida.
Desde luego había quedado lejos la artista que en sus principios apenas sabía decir algo interesante que no rompiera en risotadas, las que sirvió en bandeja a los caricatos, la mueca que no encajaba con la expresividad sin límites de su portentosa voz. Cuando le dijo aquello a Quintero, me pareció que a la chipionera hablar y cantar se le habían convertido en lo mismo: una tesitura incomparable. Y vivir era ya en ella un amplio registro.
Muchas mañanas me acuerdo de Rocío Jurado y de sus palabras, aquellas con las que hizo el camino de vuelta, pero que a mí me sirvieron como un regalo para que emprendiera diariamente el mío aún de ida, las palabras que me enseñaron otra vez y de nueva manera lo grandiosa que, a pesar de todo, es la vida. Yo sabía de antes que Pablo VI la distribuyó entre dolorosa, dramática y magnífica. Pero la gran artista me hizo muy consciente de la maravilla que se abre con cada mañana en sus horas más tempranas, en la suerte de esa forma de estreno que es abrir los ojos al alba. Me ayudó a comprender que los madrugadores deberíamos sustituir nuestros bostezos por asombros, y convertir nuestra pereza ante el despertador por saltos de la cama, en ese momento impresionante en el que se levanta todos los días el telón del mundo, cuando tiene lugar la puesta en escena de la suerte de vivir.
Rocío Jurado llamó nada menos que espectáculo a los actos más cotidianos de millones de seres humanos: niños que cruzan las calles para ir al colegio, autobuses cargados de viajeros con cientos de destinos diferentes, caminantes apresurados hacia sus trabajos, conductores de un tráfico que hace rodar miles de afanes… Es verdad, un maravilloso espectáculo de gente en busca de su papel: camioneros y transportistas que entregan sus mercancías, tenderos disponiendo los productos del mercado, comerciantes elevando las rejas de sus tiendas, clientes de un banco como sin confesaran en cajeros automáticos, o los esperanzados en Dios que entran en las iglesias más tempraneras y silenciosas… Ya sé, ya sé que faltan aquí muchos hombres y mujeres, incluso muchos niños, cuya mala suerte los tiene en las peores condiciones, como los enfermos o los parados. O aquel mundo de otras latitudes que mis ojos no abarcan más allá de los telediarios. Pero también sé por propia experiencia, como cuando estuve dos meses ingresado en el hospital o uno mi hija mayor siendo muy pequeña, que hasta poniéndose todo al revés debería quedarnos un resquicio de conciencia para mantenernos en la idea de la fortuna que es vivir.
Recuerdo con agradecimiento a Rocío Jurado, por su valor, por su entereza, por su lección dada aquella noche junto a Jesús Quintero, el loco más sensato de la colina. La recuerdo en estos días de la Virgen de la que tomó su nombre. La recuerdo desde el maravilloso espectáculo de la vida en la que tantas veces fue la gran protagonista absoluta del reparto del arte más colosal. Ese espectáculo que siempre contará, más allá de su existencia, con el sonido irrepetible de su prodigiosa voz.
Pepe Fuertes
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