EL PAPA CON MARÍA JOSÉ SANTIAGO
Un abrazo ha dado la vuelta al mundo. Hasta en Cuba hay periódicos con la foto del Papa y la artista jerezana María José Santiago, juntos, fundidos, tras cantarle la intérprete de “Carita divina” en el Encuentro Mundial de los Gitanos. También la Gran Manzana ha visto la imagen que lleva impresa el New York Time. Y en Youtube suman millones las visitas que no han querido perderse en diferido, a través de un video del Vaticano, la escena completa que contiene una de esas secuencias que hacen girar los tiempos.
Esto de la Iglesia va dejando de ser lo que era. Francisco rompe todos los protocolos que han ido marcando históricamente la lejanía entre Dios y los hombres. Es el Papa de los reajustes, no de cuentas, sino del amor, ese amor gigante que se fue perdiendo por el camino ya desdibujado que partió desde Nazareth hasta nuestras ciudades. El largo trecho torcido entre el sermón de la montaña y la Inquisición; entre la versión original del Evangelio, donde el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar la cabeza, y el cardenal Bertone reformando de su bolsillo un inmueble de cerca de trescientos metros cuadrados. Cree que haberlo pagado él mismo le legitima moralmente. Desde luego, no cabe duda, de que pagó religiosamente. Nunca mejor dicho. Ahora dice que esto, el humilde dato publicado por un libro, es una vergüenza y no tiene cómo defenderse. Porque es indefendible, Bertone, porque es indefendible. No hay conexión alguna entre un portal para nacer y un piso de lujo para vivir.
Está claro que se ha recorrido una enorme distancia desde Galilea, llevando sandalias, hasta llegar al Vaticano y ver a Sus Santidades con calzados de diseño. Apenas quedaron unas coincidencias exactas entre la imagen de Cristo y la que nos han ido pintando. Una estafa. Gato por liebre. Intemperie por mitra. A Bertone y a muchos más no les gusta el relente que conoció el hijo del carpintero.
Sin embargo, el Papa Francisco que es argentino, va a terminar pareciendo judío, aquel de Israel en quien se vio tanta fe. Y viene de la pampa, pero también de aquellas escrituras en las que un hombre ordena que dejen a los niños acercarse a él, un hombre que no llevó escolta, ni guardia suiza, un hombre que quiso tocar a los demás hombres, posar sus manos sobre el género humano lo mismo que ahora Francisco ha puesto las suyas sobre María José Santiago, mientras ella parece confortar la espalda de quien soporta tantas cruces de una dolida Humanidad.
-Rezad por mí, le encomienda el Pontífice con una sencillez que la conmueve aún más, mientras está viviendo la emoción de comprobar por ella misma el brillo de los ojos del Papa mirándose con los suyos.
La escena parece no suceder durante una audiencia, sino al filo mismo de la orilla del lago donde hubiera salido a buscarla el pescador de hombres, donde ella echaba sus redes y faenaba en su cante hondo y mecido por aguas de Genesaret.
Definitivamente, Francisco es el Papa de las riberas humanas. Lleva los pies mojados por el mismo oleaje de las muchedumbres. No respeta los metros de suelo señalados para guardar las viejas formas de siempre. Quiere pisar la misma arena donde estamos todos, pero prohibida para él. Francisco desconcierta como desconcertaba Cristo. No quiere ser una estrella, sino la luz bien alta del candelero, no bajo el celemín. Y ha querido dar este fuerte abrazo de padre que ella ya no tiene, pero que echa tanto de menos, a María José Santiago: una genial artista española cuyos difíciles y esforzados caminos resulta que conducían a Roma.
Pepe Fuertes
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