BANDERA ROJA PARA ESPAÑA
España me está sonando ya a John Williams. Tiene de fondo la banda incisiva y persistente de Tiburón.
Seis contrabajos me hacen la metáfora del terror oculto en las profundidades, la amenaza aún sumergida. Seis contrabajos, ocho chelos, cuatro trombones y una tuba. Creo que jamás se compuso mejor el presentimiento del pánico. Tenía que ser con Spielberg.
Todo parece en España un guión que encamina a la catástrofe, sin faltar en el reparto de papeles aquellos que me llaman, como a otros que la están viendo venir, precisamente catastrofista. Pero siempre hay en las peores capas de la historia un elevado número de humanos cuya misión consiste en protagonizar un optimismo genocida. Son los que siempre piensan que no va a pasar nada. Hasta que pasa.
Ellos, como en la playa de la peli, se dedican a hacer punto o croché mientras en lo hondo el escualo está a lo suyo, urdiendo la peligrosa trama bajo el agua.
Podemos y la extrema izquierda están asomando la aleta. Pero los de siempre, los que hacen ganchillo, creyendo que nos va de plácida colchoneta.
El Partido Popular hace el sprint final de la amnesia, dispensando ventajas fiscales y suprimiendo recortes por todas partes. Pero ya es tarde. Es el recurso último y apurado de los desvergonzados que nos estafaron con sus promesas electorales. Se pongan como se pongan, bajen el IRPF o rehabiliten económicamente y en su dignidad a los funcionarios, eso valdrá ya sólo para que atrapemos en los meses previos a las Elecciones Generales, gracias a sus temores de no trincar más el poder -por lo menos en mayoría absoluta- unos cuantos derechos fundamentales que no se debieron perder nunca según su programa.
Para salvar todo esto haría falta más que un flotador de última hora, después de los implacables desahucios, después de la Ley de Tasas judiciales que nos dejó indefensos, después de los recortes que jamás los recortaron a ellos, después de sus inercias dictatoriales, de sus regresiones a leyes, gestos y actitudes propios de antes de la democracia, después de controlar la zona del Supremo donde van a parar los recursos contra el Gobierno, después de mantener la demagogia zapateril de la Ley de Violencia de Género, después de no acometer la reforma urgente y profunda de la Justicia española, no ya un cachondeo, sino un peligro público en palabras de Antonio Burgos.
Pero el torpe y arrogante Rajoy no es más que el patético alcalde de Spielberg, abogando por la seguridad -de sus intereses propios-, y no cerrando la playa. Más que intentar convencer a bañistas ingenuos de la inexistencia de peligro, debería tener colocada ya, por Decreto Ley -que tanto le gustan-, la bandera roja. Cualquier día de estos, entre las aguas, mezclada con este oleaje político de todo signo que da pavor, alguien divisará desde su ficticia tranquilidad la primera sangre de una hecatombe.
Pepe Fuertes
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