SI ESTUVIERA ENAMORADA
Si estuviera enamorada de verdad, llevaría el vuelo de las águilas, divisaría la vida a gran escala y sobre las cumbres. Pero como no lo está, sólo rastrea el suelo igual que un ratón o desliza su piel por tierra y polvo como las serpientes. No ve cimas, sino pelusas, motas de polvo esperando una escoba.
Soporta el síndrome de quienes se arrepienten de haberse divorciado, un fenómeno que suele darse más de lo que cabría esperar. Es una paradoja increíble, pero cierta, escondida en lo más hondo de sus amarguras y frustraciones. Jamás la confesarán, pero aflora una y otra vez hasta la indisimulable superficie del rencor y la venganza.
Echó mano de lo primero que tuvo delante, capturó una pobre pieza que acercarse a la boca, un pardillo inexperto en mujeres, en estado virgen, sin haberse comido una rosca y, por eso mismo, adecuado para tragar bebedizos y no percatarse de ser la víctima elegida, idónea para una estrategia de mera compañía con apariencia de imprescindible, definitivo y amor eterno.
Pero el amor… ¡ay, el amor! El amor se le quedó, insustituible, justo al otro lado de un fino tabique que linda con su odio. Jamás le perdonará descubrir haberse quedado encerrada en la habitación por la que, a través de la delgada pared, oye su voz, su recuerdo y le resuenan sus más agitadas pasiones juntos. Hasta la más tonta de las pitonisas ha llegado a ver eso. Y a él no sabe ya alcanzarlo ni con alfileres de vudú.
Pepe Fuertes
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