CONTADO Y QUERIDO
En su último libro, PLAZA DEL DUQUE, Joaquín Arbide me ha dejado no sólo escrito, sino querido, sobre todo querido, que es la mejor manera de quedarse uno en los demás. Si dependiéramos de nuestra perfección, no resistiríamos prolongarnos en el aprecio que otros nos tienen.
El dramaturgo y tantas cosas más, me dedica todo un capítulo que pareciera guardar, con sello lacrado, el testimonio público de una amistad que viene de muchos años, pero que ahora ha querido asomarse desde las intimidades del corazón a la luz nueva de esta verdadera obra literaria sobre el afecto.
Es un libro que pisa el suelo del centro de Sevilla, un libro contado sobre adoquines con pecas de cera derramada, trazado sobre baldosas de mármol en torno a Velázquez. Es una preciosidad de libro con transeúntes y viandantes por sus fotos, de conocidos que se paran a hablar unos con otros, un libro lleno de vaivenes de brisas y olores por sus páginas, con aromas de café humeante de los bares, un libro con niebla y azahares. Está cruzado de parte a parte por miles de días con sus cosas, por montones de años con sus edades, enseñando el corte transversal y emocionante de sus capas. Se pueden ver hasta los cimientos del kilómetro cero de los sevillanos y las grúas elevando los grandes almacenes de Areces. Le llegan ecos de modestos cantantes que sueñan con ser famosos, mientras se examinan de artistas en el Patio Andaluz. Y conserva un viejo calor de invierno en puestos de castañas, el asombro de miles de niños ante cuyos ojos pasa una Cabalgata, o un dulce tacto de azúcar de confiterías para colegiales.
Metida entre la gran historia de Sevilla, va la pequeña mía: la de mi clase de párvulos en los Maristas, la del primer encuentro personal con mi amigo Raphael en el Hotel Luz, y con mi querido José Manuel Lara, el editor, y mi debut en el Teatro Imperial, junto a Juana Reina y Espartaco…
Es un libro de pasado, pero también de futuro. Arbide escribe sin finales, porque te coloca, como fechas extremas de tu andadura, los signos de esta interrogación constante que es vivir: PEPE FUERTES: LO QUE PUDO HABER SIDO Y… ¿FUE? Creo que nadie pudo definirme mejor que en este título. Ya hablaremos. Porque estoy convencido de que toda existencia humana se encarga de poner su propio epílogo. Y Joaquín Arbide, que lo sabe -como sabe tantas cosas-, ha tenido la delicadeza de respetarlo.
Pepe Fuertes
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