ESTABA EN EL GUIÓN
Cuando a Raphael le insinúan por primera vez la posibilidad del trasplante de hígado, se niega en redondo con una frase que va a repetir sucesivamente siempre que alguien se lo proponga como necesidad acuciante:
-Eso no está en mi guión.
Yo creo que cualquiera comprende la reacción que solía tener Raphael, porque los seres humanos hemos llegado a experimentar de un modo u otro cómo cosas que suceden en nuestras vidas, tampoco están en nuestro guión, no entran en nuestros planes, no nos parecen ciertas por mucho que sean reales. Es un amor que creíamos para siempre y deja de serlo. O un desengaño impensable que asumimos con pesadumbre. Quizás una traición jamás imaginada. Es una ruina económica que agujerea hasta tu pan. O un tumor maligno que deja los días contados. Vivir -o morir- se vuelve increíble. Todo parece hundirse.
Nos han educado más de la cuenta para programarnos mucho, pero poco para los imprevistos. No entra en nuestras cabezas lo inesperado. No está en nuestros cabales. Se rompen de pronto las coordenadas por las que amanece cada día y notamos que no nos han preparado para improvisar. Queremos controlar los acontecimientos, pero los hay que escapan a nuestras reglas y a nuestros proyectos. Es el momento de la mayor y más desconcertante contrariedad, el momento en el que todos, alguna vez, hemos llegado a decirnos:
-Esto no me puede estar pasando a mí.
¡Pero vaya si nos está pasando, ya lo creo que nos está pasando por mucho que lo propio nos parezca ajeno! Y así hay dolores, desgarros, sinsabores, que diríamos no ser de nuestra pertenencia y, sin embargo, nada más nuestro que algunos calvarios. Estamos muy entrenados para caminar por la llanura, pero carecemos de rodaje por cuestas que subir tan empinadas como las de un Gólgota. Nos contemplamos entonces como si nos viéramos desde fuera, como situados donde están aquellos con mejor suerte que la nuestra, cuando la propia piel escuece igual que si nos la hubieran dejado en carne viva, padeciendo un martirio tal que nos resulta sólo acorde con héroes que nada tienen que ver con nuestra naturaleza de gentes corrientes. Hacen falta horas, días y llegado el caso hasta meses o años para identificarnos a nosotros mismos habitando en lo inhabitable o forzados a respirar donde apenas ha quedado una brizna de aire. Somos rápidos para asumirnos en la bonanza, cuando todo va bien, pero lentos y hasta tardíos para entendernos alcanzados y secuestrados por las peores amarguras. Y, sin embargo, las dos posibilidades forman parte de la condición humana.
“Eso no está en mi guión”, parecemos decirnos como se decía Raphael. Es cuando descubrimos que existir puede ser de todo, menos un diseño. Es cuando traspasamos los límites de la realidad y esta nos parece mentira. Nada cuadra con la idea preconcebida que teníamos sobre nuestro futuro. Y te untan en los labios un vinagre cuya picazón abrasa la boca entera y te restriega un sabor de asco que jamás has probado antes, un sabor desconocido que da náuseas. Y te resistes:
-Esto no está en mi guión.
Lo dijo un hombre debatiéndose entre la vida y la muerte; un hombre, un artista, dividido entre continuar o poner fin a su historia de éxitos.
-¿Cómo he llegado hasta aquí?, se preguntaba.
Comprendo a Raphael, a mi querido amigo Raphael, porque… ¿Qué relación podía haber entre tantas grandes noches y unas madrugadas interminables cruzando tinieblas?
La de la bilirrubina es una palabra muy simpática cuando su subida se canta en una salsa; pero es realmente dramática si los altos niveles te llevan a la cefalea y a los picores más espantosos por todo el cuerpo y duran desde que se pone el sol hasta que amanece. Las horas discurren con lentitud y te empujan a las sombras más oscuras de una especie de Getsemaní en el que te toca padecer completamente solo y abatido, mientras los demás duermen.
Pero hay cálices llenos de resurrección. Y hay finalmente luces al alba como el brillo de los ojos de su hijo Jacobo esperándole al otro lado de una nueva vida.
Sí, querido Raphael: estaba en el guión. Al final, ya ves tú, todo estaba en el guión. No voy yo a argumentar una estupidez romántica que consistiera en decir que a tu existencia la embellece un drama que te hizo sufrir tanto junto a los tuyos y, ¿a qué ignorarlo?, junto a millones de personas que en este mundo forman, formamos, tu público. Pero sí me atrevo a afirmar que a un artista y a un ser humano como tú, una terrible enfermedad le iba a entregar al superarla la mayor posibilidad de dar ejemplo de vocación artística y de pasión por vivir. Una terrible enfermedad iba a ofrecer a todos, sin fisuras y por encima de gustos musicales, la zona común de admiración a Raphael.
Estaba en el guión, mi querido amigo. Y ahora, a lo largo y ancho de tu excepcional biografía de triunfador, tan tuya ha quedado aquella cruz, como esta gloria de los últimos once años. Tan tuya aquella desesperante incertidumbre como tantos éxitos seguros de tu carrera. Y en tus memorias compartirán para siempre espacio los metros cuadrados de los mejores escenarios del mundo con cada palmo de ese sagrado territorio de la angustia y el dolor que puede sentir, más tarde o más temprano, todo individuo.
Y resulta humanamente conmovedor que la generosidad de un donante absolutamente anónimo, hiciera posible que a día de hoy siga escribiéndose el maravilloso guión de la vida de uno de los hombres más famosos y queridos de este mundo.
José María Fuertes
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