Antonio Gala se nos va cualquier día. Él lo sabe y él mismo lo dice. Se siente con todo consumado luchando contra el cáncer. Y ha concedido a Jesús Quintero una entrevista preámbulo de lo que serán sus memorias, su autobiografía: “No os molestéis, conozco la salida”. Es el balance de una densa vida como la suya, que parece encaminarse al final con una cuenta de resultados no siempre satisfactoria, impresiones de desencanto y fisuras por las que se le han fugado no pocas ilusiones. Estremece que el hombre que llegó a poseer miles de bastones, apenas encuentre ahora unos cuantos de apoyos para sostenerse.

Ofrezco estas líneas como mi modesto homenaje a quien tanto admiré siempre como escritor, dramaturgo o poeta, un imán de palabras que me hacía correr hacia la televisión cada vez que él la dignificaba con su presencia y pensamiento. Antonio Gala representa en el atardecer de su existencia, quizás precisamente el momento de menos representación y de más sinceridad que jamás haya tenido, como si cogiera a la vida por el cuello, justo cuando de la vida tiene que soltarse. Deja frente a Quintero una lección magistral para aprender desde su naturaleza la nuestra propia de seres humanos siempre incompletos y como raros anfibios que habitan entre las luces y las sombras.

He tenido la suerte de tratar a ambos por separado, a Gala y a Quintero. He comido con cada uno en su momento. No podría decir que son dos grandes conversadores, porque dejaría en esa noción una arrogancia insoportable por mi parte. Son dos monólogos extraordinarios que lo más inteligente que deberían provocar es escucharles, sin interrupciones pedantes, y aprender de ellos. Pero los dos juntos han sido siempre una rara y valiosa oportunidad de lucidez y revelaciones. Viven fuera de nuestras humildes casillas mentales, ajenos a tanta planificación intelectual, libres e insultantes con el adocenamiento de la política o de las religiones. Escupen si hace falta antes que tragar y tragar.

Gala se ha prodigado ante Quintero con más desnudez que nunca en esa entrevista. Doy de muestra unas perlas que espero no lleguen a manos de los cerdos:

-No he sido plenamente feliz, de ninguna manera, no me lo hubiera permitido, me parece una ordinariez.

-En general, la vida es una carga que hay que llevarla como mínimo entre cuatro; y, claro, yo estoy solo y estoy agotado de llevar la vida a cuestas.

-Yo no hubiera escrito ahora. A mí me ponen ahora a nacer con mis conocimientos y yo no escribo de ninguna manera. ¿Por qué voy a escribir yo para que se entretengan los demás? Me lo cuento yo a mí y ya está.

-Cada uno hace en la vida lo que puede y luego viene el cáncer y se lo lleva a uno por delante y ya está.

-Ser inmortal no es un alivio, es una idiotez. Permanecer en el tiempo es una ridiculez espantosa. ¿Ser reconocido mundialmente? Mundialmente no se reconocen más que las guerras, los odios, no la hermosura. A mí me importa poco mi obra. Yo he hecho mi obra porque me gustaba escribir, nada más.

-¿Qué duele menos morirse porque uno esté en el recuerdo? Oh, sí: Cervantes está encantado.

-No voy a ser enterrado. Mis cenizas irán junto a las de la Dama de Otoño a abonar los pequeños jardincillos de un convento.

-Si fuera mi última entrevista me despediría de usted, como es lógico y educado. De los críticos me he despedido hace mucho y los bancos se han despedido de mí para siempre. De los académicos de la lengua que se despida su puta madre. Y a la Iglesia, ¿qué le voy a decir, “hasta luego, bonita”?

-Los políticos, todos a extinguir, todos. En mi casa no entra un político de ninguna manera.

-Yo sé lo que está pasando, que hay muy poca vergüenza. Que toda la vergüenza ha pasado de largo.

-Esta España es exactamente lo contrario de lo que yo soñé. Estoy cada día no más indignado, sino más cachondo, porque es la única manera de sobrellevar esto, riéndome de todo.

-Déle usted un beso muy grande a su tierra, a Sevilla y a su tierra de verdad. Lléneme de besos Andalucía, porque a mí ya no me queda tiempo. Se lo agradeceré.

Para Chipiona Noticias

José María Fuertes