ERIKA LEIVA, CADA VEZ MÁS GRANDE

ERIKA LEIVA, CADA VEZ MÁS GRANDE

A Sandra de la Rosa -su profesora- se le ocurrió decir en voz alta y desde el escenario lo que todos estábamos sintiendo: que Erika Leiva es cada vez más grande.

-¿Qué esperabas que fuera a decir Sandra siendo su profesora de canto?

Pues la verdad. Sandra de la Rosa dijo la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad.

Tú te ves un concierto de Erika Leiva hace sólo unos meses y ahora te metes en otro, y el avance artístico resulta sorprendente. Es el AVE desde el Maestranza al Lope de Vega. Ha devuelto a su generación la posibilidad perdida de que los artistas se tallen a mano. Nadie puede acusarla de marketing.

Erika es mi amiga, sí; ya lo sabe mucha gente. Pero no parto peras con ella ni con nadie que salga ante el público. Con mis amigos no soy ni apasionado ni subjetivo: soy amigo. Y con los artistas, mi admiración si así lo considero. Si no, me callo. Aquí en Sevilla el silencio es muy importante, hay hasta una cofradía que se llama así. Callar es la actitud más cruel del sevillano, que ejerce el enorme vacío de la indiferencia. Yo no tiro almohadillas. Simplemente no vuelvo. Pero Erika es para vivir los más hermosos regresos.

Anoche ha vuelto a demostrar con creces, de sobra y con poderío que sus facultades vocales son… ¿cómo son, Dios mío? Escúchenla, yo no puedo explicar eso. ¿Alguien puede hacerlo con cualquier portento de la naturaleza? Guarda un imperio en la garganta del que dependen sus conquistas en el futuro. Estoy convencido de que un día, y no muy lejano, en sus dominios no se pondrá el sol. Lo anuncio ya a quienes sé que me leen desde México, Puerto Rico, Perú, Colombia, Chile, Argentina… nuestros queridos países hispanohablantes. Ya me lo contarán desde allí cuando Erika llegue hasta ellos.

Canta saltando obstáculos. Se lo dije después del concierto, cuando ya llevaba atrapado entre las manos el difícil vuelo del triunfo y cenábamos juntos entre sus más íntimos:

-Tú no eres una cantante, tú eres una atleta.

El más básico e imprescindible sostén de la voz es el aire. Y Erika tiene los pulmones de un nadador olímpico, la resistencia a prueba de ahogos. Pero sin excesos innecesarios, sin derroches gratuitos. Es una buena administradora de tiempos. Mantiene a raya las emociones justo en la linde donde ella no pierde el control. A lo mejor le falta algo de rotura, el recurso de un dolor negro y hondo verdadero, ese que más temprano o más tarde a todos nos trae la vida, y que en ella aflore desde su realidad hasta sus interpretaciones.

El concierto de Erika Leiva es una cascada incesante de escalofríos y extrañas sensaciones de gloria tocada con las manos: el homenaje a Paquita Rico, allí presente de manera excepcional, evocándola en el romance de María de las Mercedes, que Erika recreó con Daniel Matas, el director -¡vaya gusto de pianista!-, con la cadencia elegante de un paseo cortesano entre jardines. Y también el dueto con la niña Mari Carmen González. Y el encuentro escénico junto a esa voz de terciopelo de su maestra, Sandra de la Rosa, que frasea como si te hipnotizara y te canta como si la vida y el amor se explicaran mejor que nunca. Y la aparición del gaditano Martínez Ares, desentrañando el collage agridulce de la posguerra. Y los atrevimientos de Erika en el hombre sentado al piano -aquello de Ana Belén- o el Caruso de Pavarotti, bellamente resueltos en otro concepto al que la cantante está dando a luz. Y el recuerdo a Marifé. Y no digamos el teatro lleno y en pie aplaudiendo las sevillanas con giros saeteros dedicadas a la Esperanza de Triana, al Gran Poder, La Macarena y El Cachorro.

Bien, muy bien, los impecables músicos, los niveles nada vanidosos del sonido orquestal, bien llevado a cabo por un perfeccionista obsesivo como Rafael Barby.

Paro. Termino. Y a Erika Leiva véanla en cuanto puedan. No me fuerzo más en desgastarme con lo inútil de este oficio mío de narrar lo inenarrable. Comprobarán que algo tan largo y ancho como vivir puede caber en una sola voz. Sabrán que corrimos ya una vez la suerte de que esto pasara entre los dos milenios por los que existió una artista eterna. Y quizás se queden pensando en que si creímos hasta ahora que jamás repetiríamos -al menos nosotros- la fortuna de volver a tener a alguien semejante, cualquiera sabe si hemos empezado a repetir la suerte más inesperada.

José María Fuertes

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