POR MÍ SÍ PASAN LOS AÑOS
La gente parece haber hecho una meta de que los años no pasen por ella, cuando a mí me parece que lo mejor es que se noten. Ya sé, ya sé que con eso lo que quiere decir la gente es que persigue conservarse bien; y si tengo que ser sincero, en mi caso me he empleado a fondo: nada de tabaco ni alcohol, mucho ejercicio físico, duchas de agua fría hasta en los inviernos, cosmética y, ¿por qué no reconocerlo?, algunas suertes como la de un pelo de eterno adolescente y proceder de una larga familia de entusiastas cuya genética parece salir del alma.
A todo eso añado música, mucha música, amigos maravillosos, y un incansable enamoramiento de quien siempre tuviera veinte años que no se me agota nunca. ¿Y mis dos hijas? Claro, pero ese es el fuerte latido que hace correr mi sangre por el resto de la vida.
Hoy cumplo 56. Hoy 5 de octubre. 56 años sin retoques ni photoshop. Y sin ocultarlos, sin disimulos con la fecha. No me quito ninguno. Los quiero todos. Todos me han ido haciendo, lo mismo que a ustedes les hacen los suyos. Los años, si nos dejamos, nos construyen, nos edifican, nos levantan, nos alcanzan nuestros destinos de amor y de pasiones, nuestras llegadas a la madurez, que es de lo que más se trata en la vida. Los años nos van sacando partido. Nos lanzan al terreno de juego con más sabiduría.
Mi cumple me pilla trabajando, sin hacer nada especial. Yo ya estoy rodeado de muchas cosas especiales como para desear una más. Mis hijas sin ir más lejos, que más que quererme me adoran, son lo más especial que tengo, a todas horas, en todo momento. Nuestro amor, como todos los grandes amores, ya no está sujeto a proximidades continuas, no depende de juntarnos codo con codo. Es un amor ya indestructible, para el pasado, para el presente y para el futuro, con cimientos de hormigón armado cuya hondura asombraría saber hasta dónde llega. Mis hijas me veneran. Si fuera por ellas cogerían una parihuela para sacarme a la calle con las cuatro velas de las esquinas. Y yo las tengo en los altares.
Y están mis amigos: aquellos que me han roto el esquema de que los de verdad se cuentan con los dedos de una mano. Mis amigos se confunden ya con mis primos y mis primos con mis amigos. Y mi hermana Pilar, en Zaragoza, es una especie de milagro de la compañía cercana por lejos que se encuentre.
¿Me arrepiento de algo en 56 años? ¡Toma! ¡Pues claro! Siempre me ha parecido estúpido escuchar a alguien que no se arrepiente de nada. Pues yo sí. Me parece lo más lógico teniendo en cuenta que pertenezco a una raza, la humana, cuya naturaleza de por sí es errar. Sin embargo, mis grandes aciertos se los debo curiosamente a caer y a levantarme. Y si volviera a nacer, repetiría todo aquello que me convirtió en el padre de Marta y de María.
A día de hoy, una pródiga naturaleza de energías incomprensibles me hace tener más años que otros que, sin embargo, se han ido haciendo, paradójicamente, mayores que yo.
Aún está la mujer, mi madre, que me dio el ser. Y en este día, a los 56 años de aquel 5 de octubre de 1957, no tengo más que un profundo agradecimiento a Dios que se convierte en emoción cuando pienso que, además de traerme hasta esta apasionante aventura que es la existencia humana, que no deja de fascinarme por difícil que se ponga, ¡¡¡además!!!… me hizo el regalo de la vida… ¡¡¡ envuelto en Sevilla!!!
José María Fuertes
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