LA VOZ NO LO ES TODO

LA VOZ NO LO ES TODO

Pronosticar el futuro de un cantante no es una ciencia exacta. Es, todo lo más, un mínimo cálculo de probabilidades. Eso que llaman éxito es un escurridizo capricho de los dioses.

La televisión ha tenido desde siempre una tendencia natural a descubrir talentos. Aunque a las nuevas generaciones pueda parecerles que el invento estuvo en “Operación Triunfo”, hay precedentes, ya inmemoriales, de esta vocación televisiva: “Salto a la fama”, “Gente Joven” o “La gran ocasión”.

“La Voz” de Tele 5 hereda el viejo fenómeno de los concursos de cantantes. Pero creo que el punto de partida, su raiz argumental, cae en un error básico: porque un cantante no es sólo su voz; un cantante es mucho más que una silla giratoria que, de espaldas a su actuación, decide darse la vuelta y mirarlo desde un acto más o menos reflejo provocado generalmente por un agudo.

El colmo de este desafortunado método es que encima un miembro del jurado no se digne a girarse y diga después que no se explica porqué no lo ha hecho. Rosario Flores fue capaz de esta incongruencia máxima la otra noche tras la interpretación de “Como una ola” por una chica aficionada a la copla o, quizás mejor, a Rocío Jurado.

Mal, Rosario. Lo menos que debes tener siendo jurado es criterio. Y lo más, ser consciente de la trastienda de esfuerzos, sacrificios, ilusiones, nervios y esperanzas que trae a cuesta cada participante (por no referir también la ración de sus padres, familiares y amigos). Creí, sinceramente, que lo que ibas a decir de aquella voz es que imitaba a Rocío Jurado. Creí que tu argumento sería el de la necesidad imprescindible del estilo propio, de la personalidad. El mánager Carmelo Millán siempre me enseñó un requisito clave y decisivo como móvil de cualquier decisión artística: aportar. ¿Vas a aportar algo nuevo a la música? ¡Adelante! Pero no des un paso que repita, y peor, el que antes de uno haya dado otro.

Lo único que hiciste, Rosario Flores, fue devolver sin razones a su vida anónima a una joven llena de ilusiones que las veía rotas sin explicación alguna.

En cualquier caso, el jurado del programa, compuesto de maravillosos artistas como tú, no entiende de artistas; o es que se le ha impuesto parecerlo.

No deben saber que con la equivocada fórmula del programa, jamás se hubiera producido una de las anécdotas más curiosas que se hayan dado para identificar a alguien que estaba llamado a ser el más grande:

Cuando Raphael (un absoluto desconocido que no tendría aún ni la p y la h en su nombre) fue a examinarse de artista en los tiempos en que se hacía ante el Sindicato Nacional del Espectáculo, al salir al escenario para enfrentar sus canciones se encontró la sorpresa de que el presidente del jurado, sin dejarle abrir la boca, le ordenó:

-¡Vale! ¡Váyase!

La contrariedad fue inmensa en el cantante.

El presidente de aquel jurado había sido nada menos que el universal Antonio, el bailarín. Cuando al pasar los años y siendo ya Raphael una figura internacional acabó siendo amigo de la genial figura, el Niño de Linares le preguntó, queriendo aclarar su pasado mal trago:

-Oye, Antonio, nunca entendí porqué me paraste en seco cuando iba a empezar a cantar.

El bailarín le resolvió su incógnita enseguida:

-Pero cómo, ¿también pretendías cantar?

Cuando te vimos aparecer, sólo por la forma de andar, nos dijimos todos: “Este es artista”.

José María Fuertes

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