Rotundo éxito de María José Santiago en la Bienal de Flamenco de Málaga

Rotundo éxito de María José Santiago en la Bienal de Flamenco de Málaga

PISAR LAS BRASAS SIN QUEMARSE

Hay artistas cuya gloria no es más que una elaborada ficción. Otros, sin embargo, tienen la base de su triunfo en unas facultades excepcionales. Suelen ser los de entradas lentas, sin las pompas de jabón del marketing, pero largos recorridos. Ahí está para demostrarlo María José Santiago. Acaba de hacerse con el mayor triunfo de la Bienal de Flamenco de Málaga.

María José Santiago tiene una voz que no se aprende. O se trae de nacimiento porque te han parido con ella, o resulta infructuoso encaminarla académicamente hasta sus amplios recursos. Llegó a la vida con una garganta todo terreno: para copla, baladas, sevillanas, villancicos… y flamenco -casi nada- con todos sus derivados, entre ellos ese pulso al aire llamado saeta.

Acaba de triunfar indiscutiblemente en la Bienal de Flamenco de Málaga y la artista se siente como una participante en olimpiadas donde hubiera ganado el oro por superar todos los obstáculos. La Santiago nunca dejó de tratarse con el flamenco, hubiera sido imposible portando en la sangre el más puro ADN de Jerez. Todos sus conciertos los hizo siempre con el brillo en los ojos de su largo idilio con el cante, acompasándose con sus tientos entre baladas y coplas. A lo largo de treinta años de profesión siempre interpretó alegrías, fandangos naturales y de Huelva, bulerías y cantes festeros. Pero en la Bienal de Málaga ha ido a reunirse a solas con el viejo y ancestral flamenco de sus entrañas. Se han sentado frente a frente, se han mirado con honestidad y sin distracciones, ¡cualquiera las tiene con el flamenco!, que no admite desvíos. No habría otra forma de sentarse con ese arte de metro mayor, exigente y sin clemencia, intolerable con los disimulos, feroz con las apariencias. O le llegas con la verdad y lo cantas por derecho, o a casa. La Santiago y el flamenco se han hablado -se han cantado- sin alternancias ni pausas de otros géneros, ha sido una total intimidad, un hermoso diálogo de honduras y requiebros, un lenguaje común de oriundos procedentes de una misma cuna de sabidurías.

Salir por la puerta grande de una Bienal no es nada fácil. El astifino cornalón del riesgo no para de buscar empitonar al artista por donde menos se lo espere. Y ya se lo dijo el público: “Si esto llega a ser en una plaza de toros, te sacamos a hombros”.

María José Santiago ha sentido el revulsivo de su origen flamenco y se ha sacado la espina clavada por no poder corresponder durante años con un público que la vio nacer, crecer y asistir a los concursos, ganando premios nacionales.

El pasado volvió mientras se arrancaba por toná, para seguir por la caña, empezándola y terminándola por soleá y tientos (maldigo tus ojos verdes) de un toque especialmente singular, con interpretación muy libre, para acabar por bulerías. Después afrontó la soleá, recordando a tío Guaniquín y a su padre, que fue un grandísimo solearero… de casta le viene al galgo. Y evocaciones de cantaores jerezanos: Manuel Torres, La Priñaca, Terremoto, El Sordera, El Gloria y. cómo no, su padre.

La segunda parte la abrió con malagueñas del Mellizo, rematándolas por fandangos abandonaos; también con una letra hecha para ella por José Gálvez.

Muy bien acompañada a la sonanta por Antonio Gámez y Romerito de Jerez. Palmas de David de los Santos y Jhonanta de los Reyes. Percusión de Raúl el Ratita. Y como artista invitado al baile, Sergio González.

Se puede decir que María José Santiago ha hecho magistralmente la travesía de un arte encendido de peligros. Se puede decir que ha pisado sus brasas sin quemarse.

José María Fuertes

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