REHACER LA VIDA, SENTAR CABEZA
Es más corriente de lo deseable que las ideas falsas se apoderen de la credibilidad. Hay frases típicas que sólo por repetirse gozan de un asentamiento indiscutible. Yo, sin embargo, no estoy de acuerdo con muchas de ellas y especialmente con dos.
Una es rehacer la vida, en relación con quienes han pasado por la experiencia del divorcio, ese toro largo y negro que parece no acabarse nunca y quiere empitonarte en los juzgados. Hay que estar hecho de acero para aguantar hasta el momento en que también pase el rabo.
Se suele decir lo de que un divorciado o una divorciada han rehecho su vida cuando han encontrado una nueva pareja. A mí, en cambio, me parece que uno debe y puede rehacer su vida independientemente de que ese hecho se produzca o no. Admito que la inclinación más íntima, no siempre confesada, es la de esperar que la existencia nos reúna con alguien singular, tan especial como para que queramos que comparta la vida con nosotros. Pero también que a los seres humanos nos convendría haber recibido un mejor adiestramiento para ser todoterrenos de soledades y compañías. Quizás no nos hayan educado para asumir que estar solos o acompañados son dos formas de felicidad en vez de una, dos formas absolutamente naturales de alternancia a lo largo de los años. Y hay que amoldarse sin traumas.
No pretendo convencer a nadie de que se sienta a gusto en lo inhumano que es ser el niño de la selva. Lo que deseo contar es que muchas veces hemos de construirnos el presente sin poder agarrar la mano de un cónyuge futuro. Hemos de levantarnos a nosotros mismos con nuestros propios esfuerzos y ánimos, desde camas en las que nadie duerme a nuestro lado, cuando la única voz de un buenos días es la primera claridad de otro amanecer.
Dependerá de cada uno, pero mi caso es que las mejores gimnasias las he hecho solo, sin compañera que me ayudara a ser corredor de fondo; seguramente porque -he de ser muy sincero- lo que más provoca el esfuerzo de un hombre es quedarse al relente y sin el cobijo de una mujer. Es posible que yo no hubiera llegado a grabar mi primer disco sin que antes me dolieran las entrañas por el amor de una de ellas. Tuve que escribir mi estómago cerrado y después cantarlo. Me ardían las tripas y vomité un vacío con hambre de más besos. A las cimas siempre se llega cuesta arriba. Ahora mismo escalo una pendiente bien empinada, pero, por eso precisamente, en lo alto me está esperando el oxígeno puro.
Sentar la cabeza es otra de las definiciones preparadas por la sociedad para quien se ha casado. ¡Qué gracia!, con la de veces que entramos en el matrimonio justo por todo lo contrario: porque la hemos perdido. Pues anda que no hay bodas como una auténtica sinrazón. Desde luego el mundo está lleno de historias para todos los gustos. Y esas historias demuestran, por desgracia cada vez con mayor frecuencia, el número elevado de incapaces para el matrimonio que ingresaron en una institución para la que no estaban preparados. Quienes no eran ya individualmente maduros y responsables, difícilmente conseguirán serlo en un ámbito como el matrimonial, plagado de exigencias, sacrificios y entregas generosísimas.
Reivindico aquí la cordura para todos, independientemente del estado sentimental en que nos encontremos. Entiendo que tener la cabeza en su sitio es una legítima atribución a priori que merecemos todos, tengamos o no pareja. Rechazo el sambenito de que los solteros dan tumbos de un lado a otro y que sólo empiezan a ser juiciosos desde que se casan. También me opongo a que rehacer la vida signifique volver a estar con alguien, a pesar de que la difícil empresa que es vivir ya no se lleve en común.
José María Fuertes
Leave a reply