ERIKA LEIVA, LA NUEVA APUESTA DE CARMELO MILLÁN
La vida de todos está llena de nombres propios, los de aquella gente que nos ha dejado su huella por nuestros días. Carmelo Millán cruza los míos en los tiempos difíciles, pero apasionantes, de mi primera trayectoria discográfica, pues se aproximan los momentos de una segunda junto a mis hijas.
Millán es uno de los representantes artísticos más señeros y veteranos de España. Y se encargó de mis asuntos casi desde que salió mi primer disco. Es un hombre que entra rápidamente por los ojos -locuaz, ocurrente, afable- y yo mismo lo elegí como idóneo para acompañarme en una lucha tan ardua como la de ser cantante. A los pocos días de estrecharnos las manos, como antiguamente se sellaban los acuerdos sin necesidad de papeles, consiguió lo que durante meses antes no había estado a mi alcance ni el de nadie: me llevó hasta las cámaras de la mismísima televisión española.
Carmelo Millán es un mánager a la antigua usanza, de esos que se las apañaron en una época en las que el marketing no existía y toda estrategia para afianzar la carrera de un artista consistía en poseer grandes dotes de ingenio e imaginación. Es la época más genuina de los mánagers en España, la de Paco Gordillo con Raphael, Alfredo Fraile con Julio Iglesias, Emilio Santamaría con Mike Kennedy, Lasso de la Vega con Serrat, Manolo Sánchez con Camilo Sesto y, cómo no, el legendario Pulpón en Sevilla, el hombre que ganaba dinero a espuertas cada vez que por el mundo se tocaba una palma o sonaba una guitarra. La de veces que esperé al inigualable Pulpón en la antesala de su despacho de la calle O´donnell, rodeado de flamencos y gitanos por todas partes menos por una que se unía a un cantante melódico llamado entonces Alejandro (un servidor).
La otra tarde acabo de reencontrarme con Carmelo, que ha querido presentarme a su nueva pupila, Erika Leiva, la gran revelación de “Se llama copla” en Canal Sur tv. Ha caído en suerte la guapa intérprete de La Línea. Ha ido a parar a las buenas manos de un hombre incansable en ilusiones, en ganas de comerse el mundo gestionando la expansión internacional de una nueva voz inusual a estas alturas de la historia de historia bien larga de la copla. Pero él va a desmarcarla de un punto originario en el que tantas chiquillas persiguen lo mismo y muy pocas lo consiguen. Un género casi imposible de asumir con originalidad, porque está lleno de resonancias míticas que pesan como catedrales: la Piquer. Juana Reina, Rocío Jurado… por decir algo y por decir mucho.
He viajado la tira de kilómetros con Carmelo Millán. He tenido incluso que relevarlo al volante para que descansara en maratonianas jornadas de conciertos de una punta a otra del país. Aprendí con él unas cuantas máximas sagradas para enfrentar el vertiginoso abismo del escenario, donde apenas te sostienen los pies en la fina y breve estabilidad de la suela de los zapatos. Me enseñó que “canción conocida, canción aplaudida”. Me descifró las claves para que un artista genere noticias y produzca titulares. Me descubrió de mí mismo que jamás aburriría a nadie que se me acercara en el mundo del espectáculo. Y, dentro de ese ambiente, Carmelo Millán es para muchos el eterno representante de María José Santiago, a la que se entregó en cuerpo y alma desde su naturaleza invencible de apoderado indesmayable, perteneciente a esa estirpe en extinción de los mánagers que se quitan del tabaco para emplear hasta ese presupuesto en su artista; los que bajan con el coche en punto muerto las cuestas de las carreteras de España para ahorrarse gasolina por las madrugadas de las fatiguitas de un sueño de triunfos.
Ahora va a vivir los de Erika Leiva. Le enseñará la incesante búsqueda de aportar a la música, de traerle algo que nunca existió aunque provenga de los viejos confines de la canción andaluza. Es listo, largo y las caza al vuelo. Se ha percatado rápidamente de una voz impecable, sabia, con destreza para moverse ágil por los peligrosos terrenos de la copla, donde un quiebro puede convertirse en un campo de minas que estalle y pulverice de golpe un montón de metas. Sabe de sobra que incontables esfuerzos se le irían al traste si no jugara con la base imprescindible del combinado perfecto que suman una gran cantante y una gran actriz.
Contar a Carmelo Millán de un trazo es imposible. Me deja estas líneas en un simple aperitivo de miles de sorbos que ya iré dando entre bocado y bocado a un hambre de éxito imposible de saciar para titanes como él.
José María Fuertes
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