FERNANDO PEINADO
Hay renglones que te los da hechos la vida. Hay palabras que te crees que las estás escribiendo tú, pero no haces más que copiarlas. Te parecen el parto de un texto nuevo, y se trata en realidad de un dictado. La otra noche me volví con esa sensación desde la iglesia de San Juan de la Palma, donde está la Virgen de la Amargura. Sonó su famosa marcha en la misa por la memoria de Fernando Peinado… y resulta que estaba ya en la misma partitura la historia ejemplar de un hombre bueno; qué digo bueno: buenísimo.
Soy consciente de dirigirme desde este diario para lectores de cualquier parte del mundo, de los que he recibido correspondencia que igual me ha llegado de Miami que de Nicaragua. A ellos les diré que “Amarguras” es la composición musical por excelencia, el himno, de la Semana Santa de Sevilla. Y que Font de Anta, su autor, dejó unas anotaciones para explicar los sucesivos movimientos que van integrando lo que él definió como poema sinfónico en forma de marcha:
“Óyense los rumores del cortejo que conduce al Redentor. Los primeros compases, que constituyen el tema fundamental de la obra, describen la omnipotencia de Cristo. Continúa el poema con el desarrollo del tema inicial. Constituye el segundo motivo una frase de apacible dulzura, inspirada en las consoladoras palabras de San Juan a la Virgen… / … Óyense los comienzos de una saeta interrumpida por las campanas, saeta que queda por terminar como invitando al pueblo para que la continúe; seguidamente termina con la frase en “fortísimo”, fundamento del mismo”. Aquí, aquí en las últimas explicaciones, es donde está, compuesta para La Amargura, la música de la vida de Fernando Peinado, el que aceptó en su existencia la invitación para continuar la obra sin fin de su Hermandad, dando en “fortísimo” el testimonio cristiano de sus últimos días, al pie del cañón de su enfermedad, tragada para él solo, con el secreto de la quimioterapia oculto a todos sus hijos hasta el momento de la despedida. Se ha ido bebiendo sorbo a sorbo un cáliz propio e irrenunciable, lo mismo que su Virgen se entrega a cada lágrima de un llanto que no esquiva. ¡Ay, si no retirásemos las copas cuya hiel nos pertenece!
Soy uno más entre tantos beneficiados por Fernando Peinado, mi tío Fernando. A él le debo pertenecer a la cofradía que llaman del Silencio Blanco. Me hizo hermano cuando yo tenía 6 años, una noche de marzo de 1964, cerca ya el Domingo de Ramos. Acababan de poner a la Virgen en su paso de palio. Pero la candelería no estaba colocada aún. Se conoce que las costumbres en esto, como en tantas cosas, deben haber cambiado mucho. Y aprovechando el amplio espacio que quedaba ante Ella, posada sobre su peana, mi tío me subió ante las plantas de la Señora. Me puse a rezarle. Y de esta forma tan especial y creo que única, un hombre extraordinario me regaló un momento excepcional. ¿Hay mucha gente que se haya hecho así hermano de una cofradía?
La Amargura es como un largo apellido compuesto de Ollero, Prado, Ortiz, Garrido, Vila, Pineda, Laffite, Carretero, Pueyo y, cómo no, los Peinado.
Desde el recuerdo emocionado a mi tío Fernando, hacedme hoy un sitio para esperar a La Amargura ante el convento de las Hermanas de la Cruz. Quiero verla lo mejor que pueda. Arrobarme cuando Ella vaya llegando poco a poco, acercándose sobre lo que más que un paso parece un lienzo, entre ligero e inmóvil, un claroscuro de Grosso como en las clausuras que pintaba, una página inamovible de la Semana Santa de Sevilla, un presente que llegara a confundirse con el pasado, una absoluta inestabilidad en donde me hallo, desorientado en mi propia época, como si Luis Ortiz me prestara su tiempo, o Font de Anta me asomara al mismo instante en que empezó a componer su marcha. Emerge la historia desde una de sus capas. ¿Dónde estoy con La Amargura? Apareció Ella y todo se ha vuelto ocre, mientras que el incienso que la precede se mezcla con los dorados tonos de una solera incomparable. El llanto de la Virgen, ¿es de ahora o de hace años? ¿Tiene que empezar la guerra o ya ha terminado? ¿Ha cumplido bodas desde su coronación canónica, o es que Segura acaba de imponerle su pectoral? ¿Sale el Domingo de Ramos o, si llueve, habrá de hacerlo la mañana del Jueves Santo de 1945? ¿Canta hoy su primera misa un Peinado o es el hijo de Eloisa su hermano mayor? ¿A mí ya me ha apuntado a la Hermandad mi tío Fernando o todavía no ha sucedido eso? ¿Me está dando la papeleta de sitio don José Estévez o hace ya años que se murió? ¿Quizás sea Manolo Ortiz? ¿Sigue de prioste Curro Pineda o viene con Ella Antonio el sacristán? No lo sé. De verdad que no lo sé. He perdido con La Amargura la noción del tiempo. Pero estamos aquí. En un refugio de esos que se ha buscado la Semana Santa de Sevilla para seguir siendo la que fue. ¡No la toquéis más, que así es la rosa! Dejad a La Amargura en su mayor acierto: que sea siempre igual. Que por eso no sepamos siquiera en el año que sale, ni la noche que regresa. Protegedla de innovaciones. Preservarla de innecesarios progresos. Defendedla de cambios. Un canon como Ella es por eso mismo fijación de lo ejemplar, de lo modélico; referente para todas las cofradías, de Sevilla y de donde sean. Amargura inalterable. Amargura dolorosa. Amargura coronada. De ayer, de hoy, y de siempre. Amargura de la Alegría ya eterna de Fernando Peinado.
José María Fuertes
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