MARICÓN
Es una palabra muy española, una especie de escupitajo al uso de quienes la arrojan como argumento cuando no tienen otros mejores o, sencillamente, porque no tienen ninguno. El diccionario dice que posee vulgarmente dos acepciones, la de marica -como hombre afeminado- y el sodomita -el que comete sodomía-. Pero en la Academia los sillones pesan mucho más que la vida y es un mundo arrastrarlos en comparación con la velocidad con que se desliza la realidad. Para empezar, y salvo los pederastas y violadores, pocas cosas se cometen ya en el mundo del sexo.
Lo de que puedan llamarle a uno maricón ha sido siempre un arma arrojadiza muy nuestra, muy nacional. Aquí si no se es el novio de una mujer lo más que se ha permitido es que pueda ser el de la muerte, como en la Legión. Todo muy macho, viril y de pelo en pecho. Y cuando se le dice maricón a alguien hay que hacerlo fuerte, con buena voz, con su consonante nasal bien apurada por los labios de los más cobardes, llevando la o y la n hasta el extremo del acento, como si se colocara una tilde negrísima en la resonancia más alta de una bóveda. Como si más que ofender se persiguiera editar un periódico que la llevara impresa en portada, a la vista de todos, como la noticia que divulgara una condena de por vida, una cadena perpetua para quien es inocente. Con la palabra maricón se han escrito regueros de murmuraciones aunque nadie tuviera que haber murmurado nada; se han sembrado montones de sospechas donde nunca debió haber sospechosos; se han querido segar oportunidades para quienes no debieron haber perdido las que merecían. La palabra maricón ha logrado en muchos casos herir con la fina aguja de los rumores. Y también ha sido la puñalada trapera de tantas envidias en el país de los envidiosos.
La conocí siendo un párvulo. Era tan corriente como coger el catón. Y para no ser malsonante estaban preparados unos cuantos rodeos que terminaban atizando en el mismo certero sitio de la crueldad: sarasa, cáscara amarga, acera de enfrente, pluma, perder aceite… Para lo de gay todavía quedaban años. ¡Cuántos niños sufrieron por culpa de otros! Niños avergonzados en los patios, humillados ante compañeros, aislados como si padecieran un sarampión del que ellos mismos no sentían ni la fiebre.
De mayores, a algunos les costó su propia vida, derramar su sangre, como cuentan de Lorca. Los falangistas parece que se encargaron de hacerla pagar bien a Miguel de Molina, con una buena paliza y arrancándole el pelo.
Era una de las mayores tradiciones en el mundo del espectáculo, la mejor y más rápida manera de hacer bajar del pedestal de la fama a quien había luchado tanto por encaramarse hasta el duro lugar del triunfo. Por eso yo mismo la tenía bien servida cuando grabé mi primer disco y los imbéciles de siempre me la obsequiaron casi al mismo tiempo en que abrí la boca con mi primera canción. Mejor desde el principio, no vaya a ser que alguien llegue lejos y entonces cueste más su destrucción. Después quisieron corregir el curso de mi gran amistad con homosexuales, dejando caer el viejo truco de dime con quién andas. ¡Qué gracia! ¡No me dieron predicamento de lo contrario cada vez que durante tantos años fui visto con mujeres tan jóvenes como bellísimas, con las que por cierto sigo! Esperarían a sorprenderme copulando con alguna de ellas. No tuvieron en cuenta el pequeño detalle de que en esos momentos cierro la puerta. Pero es que… ¡han sido maricones tantos artistas, tantos cantantes! Llegó a confesar Alejandro Sanz que la primera vez que lo escuchó de él se dijo a sí mismo:
-Buena señal, esto es que ha empezado el éxito.
De todos modos, sólo tres idiotas prehistóricos se preocupan ya de esto. Y aunque aún pretendan, y hasta en casos lo consigan, infundir el miedo a salir del armario, los demás hemos salido al encuentro del respeto a nuestros amigos, a nuestros familiares, a un hijo en muchos supuestos.
La palabra es tan recriminable para quien la pronuncia buscando el descrédito de otro, que si no fuera porque merece quedar como el fósil de los tiempos vergonzosos donde fue un recurso eficaz para destrozar seres humanos, la devolveríamos con la misma inmediatez que nos disparasen con ella. Antes hería y hasta mataba. Ahora, gracias a Dios, no lleva más que balas de fogueo.
José María Fuertes
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