Esa sangre veloz de los artistas. » Entre dos besos»
Vivimos muchas veces cruzando el estrecho. Es una sencilla metáfora que se me ocurre para tantas existencias que no abarcan más de las dos orillas entre las que creen que se encuentran fatalmente, sin otro remedio que ir y volver siempre por el mismo espacio, ignorando que no se hallan más que en los bordes de dos inmensos continentes. Y hay que tener la valentía y el coraje de explorarlos tierra adentro.
Nosotros mismos condenamos muchas veces a la vida a que no nos ofrezca más posibilidades que realizarla entre dos corchetes, encerrada en una mínima frase que nos impide leer el texto completo.
Un día fue algo que nos dijeron injustamente y derramó la primera sangre de la incomprensión de los demás; otro, un amor que nos parecía para toda la vida y que no era tal, trajo, mientras se iba, el primer estómago encogido por la amargura y el desconcierto, sin hambre de esperar a nadie más ni serpentinas de nervios que lo agitaran. O quizás fue una cierta ruina económica, la muerte de alguien irrepetible, un serio revés en las ilusiones que teníamos o cualquier otra forma de contratiempo jamás imaginado… ¡qué sé yo, con la de cosas que nos pueden pasar! Vivimos a base de contrastes, de jugárnosla a cara o cruz siempre en el aire, entre el cielo y el infierno, la gracia y el pecado, la miseria y la fortuna… Yo también, claro. Pero, a la vez de todo eso que amenaza el ánimo sereno de cualquiera, miro el mundo más allá de los límites de la playa donde levanto mis castillos de arena y una ola atrevida -como en la rumba- los desmorona. Digo que miro… pero no con mis ojos, sino a través de los de mis hijas. Esa ha sido mi suerte, mi inmensa suerte de horizonte.
Todo padre gana en los ojos de sus hijos, de sus hijas, la vista que ha ido perdiendo al cabo de los años. Y en mi caso, Marta y María me alzan la mirada hasta una línea azul lejana que sin ellas jamás hubiera divisado. Ellas me enseñan el mapa estratégico de una nueva y apasionante expedición. Gracias a mis niñas no tengo tanto una vida por detrás -que la tengo- como por delante.
Hay más allá de la pared… Más allá de este miércoles por la noche cuando escribo estas líneas y tengo estos pensamientos. Hay más allá de cualquier dolor que me desgarre, de cualquier equivocación cometida, de las decepciones que haya causado a los que me rodean. Puedo vivir entre la gloria y la tierra de todo lo humano, entre lo mejor y lo peor que soy capaz de ser, entre el más esperanzador futuro y los más insoportables recuerdos. Pero por mucho que me debata entre el bien y el mal, entre seguir o tirar la toalla, entre cantar o callar definitivamente, siempre me están ayudando los dos extremos de los besos de mis hijas. Uno a cada lado de todas mis tensiones, como una suave y dulce forma de poner constantemente la otra mejilla. Son dos besos flanqueando mis dilemas, blindándome entero de disparos… a veces de mi propio juego a la ruleta rusa.
Escribo estos días mi cuarto disco. El que, en realidad, voy a convertir en el primero de ellas. Nunca lo hubiera imaginado sabiendo como está la cosa con las descargas en Internet. Pero a estas alturas ya no me interesan las ventas, sino nuestras canciones, las canciones de los tres. No me importan los derechos de autor, sino el nuestro a divertirnos amando a la música. La vamos a gozar. Sólo eso -que no es poco- nos atrae, es suficiente para compensarnos el esfuerzo de los ensayos o las horas de grabación. Si alguien quiere compartir ese disfrute, nosotros encantados. ¡Qué bonito puede llegar a ser un sueño de tres acompañados por el público, también por nuestros magníficos amigos y, cómo no, por nuestra gran familia!
Todos, absolutamente todos, sentimos más tarde o más temprano sobre nuestra cara el duro golpe de la mano de alguien o de las contrariedades. Pero también todos, absolutamente todos, deberíamos aliviarnos de inmediato, como cuando buscamos un vendaje urgente, con los besos de quienes nos quieren. A mí me faltan palabras de agradecimiento a Dios cada vez que mi rostro entero, por agredido que esté, se llena de los achuchones de Marta y de María.
(I*) José María Fuertes es cantautor y abogado
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