Esa sangre veloz de los artistas. » Abrazar dos reinos»
Entre las luces y las sombras tan propias de la caída de la tarde, cuando está previsto que un día nos examinen en el amor, Antonio J. Márquez Cabeza, Catedrático de Bioquímica Vegetal y Biología Molecular, de la Universidad de Sevilla, ha estado hablando del eterno dilema entre Dios y la Ciencia. Se ha atrevido. Sin miedo. Exponiéndose más que exponiendo.
En el marco de un ciclo cultural organizado por la Hermandad de Santa Cruz y en la Parroquia donde reside, le ha echado valor… Si no fuera porque se trata de un templo, no me importaría comparar su atrevimiento con el de quien osa a encerrarse solo con Miuras o Victorinos. No en balde ha sido presentado con símiles taurinos y le han puesto en las manos la metáfora de los trastos para la lidia. Ahí tienes el toro, han venido a decirle. Anda con él.
Decía que le ha echado valor. Es un viejo valor que conozco en Antonio Márquez desde su adolescencia, cuando ya se había dado cuenta de que Dios no cabe en tubos de ensayo ni resulta de fórmulas ni experimentos válidos para la materia. Es un viejo valor que le acompaña de siempre como su propia piel, como sus propios ojos esclarecedores y valientes, con los que ha ido mirando la inmensidad del Universo sin sentirse intimidado por tantas lejanías y horizontes inalcanzables. Por seguir con más comparaciones, parece que tiene hechos los brazos por Miguel Ángel para que, en medio de tantas distancias, alcance su mano la mano del Creador.
¡Por dónde tiran ya Hermandades como la de Santa Cruz! Después dirán los maledicentes que las cofradías están ancladas en el tiempo y pertenecen a otra época. Hay que tener agallas para jugársela con quien en su seno se la juega. Dios o Ciencia. Menuda cuestión. Para haberle dicho a Antonio:
-Señor Márquez, mejor en otra parte; no nos meta en un callejón sin salida.
Pero Santa Cruz recorre itinerarios vigentes más allá de la Plaza de la Alianza y la Alcazaba. Y sabe que el más seguro horizonte está divisado por la mirada de su crucificado, agónica si se quiere, pero nunca perdida en un vacío desolado.
El esperado como conferenciante por un numerosísimo público, ha desguazado la palabra conferencia para acercarse como amigo a todas las intrigas, para tranquilizar todas las zozobras, para deshacer el espacio de cualquier barrera. Los bancos de la iglesia, todo asiento, han perdido su orden real pareciendo estar colocados los primeros, próximos a un hombre sereno desde la Ciencia y sin temer de ella ni un átomo que le separe de Dios. Qué claro lo ha dicho: Dios es razonable, pero no demostrable. Tan razonable como que un ser humano jamás es completo cada vez que pretende formar su puzle sin la pieza de lo Sobrenatural. Tiene gracia que hasta Darwin, al que tantos citan con sus monos para justificar la supuesta pantomima de nuestro origen divino, forme parte del bloque de los creyentes. Eso demuestra que se sabe mucho de monos y muy poco de Darwin. Eso deja ver el plumero de una cultura de oídas, pero no de investigación y auténtico estudio.
Convivimos con el misterio, nos dice el profesor Márquez. Eso explica, al menos para mí, por qué me habla Alguien desde que yo era muy pequeño; por qué me ha dejado tranquilo con algunas de mis conductas e inquieto con la mayoría de ellas; por qué me ponía una sotana siendo muy chico jugando a ser cura. Eso me aclara cuántas cosas no he sabido decidir solo, con mis únicas razones, sin contar con Su razón. Y arroja luz, La Luz, para tantos acontecimientos inesperados en mi vida y en la de los demás. Lo menos parecido a un hombre es planificar, controlar, acotar. Hay siempre, por encima del nuestro, un lenguaje supremo que tiene la última palabra y una mano que escribe las definitivas líneas de nuestros proyectos.
Dice Antonio Márquez que es difícil creer; pero que aún le resulta más difícil no creer. Ensimisma a las gentes este hombre que abraza, para sentirse entero, los dos reinos de la Ciencia y de Dios. Si hay científicos que dicen que por serlo no pueden creer en Dios, es muy posible que Antonio Márquez, un Catedrático de la Facultad de Biología de Sevilla, precisamente por creer en Dios sea científico.
(*)José María Fuertes es cantautor y abogado
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