Esa sangre veloz de los artistas. » Es La Maestranza»
De la mano de Marina Bernal he regresado a uno de los actos sevillanos anuales más gozosos y de más prestigio que puedan celebrarse: la entrega de los Trofeos Taurinos Puerta del Príncipe que desde hace veintiséis años otorga El Corte Inglés.
Como invitado en varias ediciones conocí este acontecimiento en su primitivo enclave, la quinta planta -desalojada de género y preparada para la ocasión- del centro comercial de la Plaza del Duque. Los que corríamos la suerte de ser convocados encontrábamos encima el regalo de lujo que era escuchar allí mismo, en directo, a la Banda de Tejera por pasodobles toreros. Allí estreché por primera vez la mano de Curro Romero. Años más tarde -qué curioso, de nuevo con El Corte Inglés del Duque por testigo-, mientras mi madre se paraba bajo sus soportales a hablar con los suegros del camero, los padres de Carmen Tello y grandes amigos suyos de toda la vida, yo acerqué a mis dos hijas hasta el maestro y les dije, siendo pequeñas:
-Acordaos siempre de este momento. Este señor se llama Curro Romero y quiero que, tocándolo, se os pegue un poco del arte de Sevilla.
Les acerqué sus manitas hasta la chaqueta del diestro, él se sonrió con amabilidad, y creo a día de hoy que algo quedó en Marta y en María de aquel instante en el que Romero las dejó invadir inocentemente la asombrosa cercanía de la gracia.
Los codiciados trofeos de El Corte Inglés se reciben ahora nada menos que en Los Reales Alcázares, en el Patio de la Montería, esperándonos a su conclusión un ágape inagotable de horas, servido en medio de los jardines fascinantes que la iluminación nocturna eleva a impresiones propias de la magia. Si encima departes con Alfredo Flores, que por mucho que se jubilara se quedará, por extraordinario, en eterno Fiscal Jefe de la Audiencia; o con Inma Letsida y Pilar de Toro Barrera (vaya forma de llevarse el nombre haciendo juego con las circunstancias); con Loreto, el capataz del Sentencia; con el cirujano Ramón Vila del mito de Paquirri en Pozoblanco; con Rogelio Gómez y Blanca…
A Marina la tuve que perder en cuanto Morante entró por las puertas. Dos genios y figuras frente a frente: la periodista en lo suyo, firme en el puesto de la última hora; y el de la Puebla pisando la arena cálida y confortable de los premios justos, los que de verdad se merecen.
Marina lleva atrás una larga temporada en traje de luces, encontrando el sitio de su buena raza reporteril. Yo no entiendo mucho de toros, pero tampoco compuse “Nerva” y jamás me canso del solo de trompeta que me extasía. De la misma manera en que me llega y transmite lo que está bien hecho, me está llegando y transmitiendo el debut con picadores de la Bernal en Giralda Televisión, junto a Agustín Bravo. ¿La han visto el otro día parando, mandando y templando para decir que el significado de la Plaza de la Maestranza es único para los toreros? Anda que no. Anda que se me va a olvidar a mí lo que me pasó con Espartaco. ¿Lo quieren oir?
En un coso taurino muy importante que no voy a citar, porque sale malparado junto al del Baratillo, iba a torear el de Espartinas cuando, una hora antes o así de dejar el hotel me llegué a saludarlo a la habitación. El ambiente era distendido, alegre, relajado… estaban su padre y otras personas. Espartaco incluso quiso regalarme las entradas para la corrida. Se lo agradecí, pero yo ya las tenía. En resumidas cuentas: un clima de antesala feliz nada ceremoniosa ni grave.
Pero un día que tuve actuar no sé dónde ni en qué pueblo coincidiendo con la tarde en la que Juan se presentaba en Sevilla, acordándome de aquella otra en la plaza que hasta un azulejo aclara lo gordo que es ver allí toros, me dirigí al Hotel Colón para desearle suerte. ¡Qué ocurrencia! Ya no era lo mismo. En la habitación estaban él, Patricia su mujer y Rafael Moreno, el apoderado. Y silencio, silencio, silencio y más silencio. Qué angustia me entró cuando me vi allí sin ton ni son, fuera de lugar, sin pintar nada. Sobraban hasta mis mejores deseos para el diestro. No hacían falta. No eran decisivos y yo estaba de más, me sentía absurdo. Ninguno de los tres me echó de allí inmediatamente. Ninguno de los tres me recriminó lo más mínimo. Ninguna de sus miradas dejó escapar otra cosa que el brillo del afecto y la amabilidad. Pero duré dentro unos segundos y salí a la estampida. Me había echado de allí el solemne silencio de La Maestranza. Esto no era ya lo otro. Esto no tenía comparación con nada. Esto era… ¡Sevilla!
Sin pasar por el maldito apuro de aquel instante, Marina Bernal -que es tan lista- se ha dado cuenta de eso. Y yo no sé… yo tengo mis dudas acerca de si realmente me gustan los toros tanto como creo, o lo que de verdad me gusta es La Maestranza, entrar en ella, abordarla por sus costados en Adriano, respirar el pintoresco ambiente que la rodea, mirarla en el hermoso impresionismo de sus cales y su albero. Yo no sé, Marina, yo no sé… Pero me parece que a mí, más que los toros, lo que de verdad me gusta es La Maestranza. Merecería la pena dejar de andar con eso de acabar con la fiesta sólo por indultar eternamente la belleza de un templo así.
(*)José María Fuertes es cantautor y abogado
Leave a reply