Esa sangre veloz de los artistas. «Ya,Cristina
Ahora sí. Ya viene por derecho. Se ha hecho de rogar. Con el agua de ayer mismo por la mañana, casi hemos tenido que echar a las nubes a empujones, como los políticos se echan unos a unos de las ventajosas poltronas del poder:
-¡Váyase!
Este año ha costado lo suyo. Este año ha costado hasta un muerto a navajazos en la ¿fiesta? de la primavera del Charco de la Pava, una primavera tan inventada como la del Corte Inglés, donde más de seis mil personas cargadas de alcohol aún ignoran que los mejores sorbos son los que se le dan, paseando, al aire y sus olores. Este año ha costado lo suyo con la respiración entrecortada al conocer la sentencia del Cuco. Cuando una muchacha se queda sin ver más abriles por mor de unos criminales, resulta toda una ironía entre sinónimos que las decisiones judiciales se llamen “fallos”.
Puede que vengan más aguas, incluso aquellas miles que cuenta el refrán; total, todo el mundo sabe por experiencia que a partir de ahora hasta el cielo puede sentir envidia de lo que pase en la tierra, de lo que ocurra en Sevilla. Aquí ha empezado la construcción de un sueño; pero no aquel del que en vallas hablaba el Ayuntamiento, que ha acabado con tantos, sino el sueño que nosotros mismos, los sevillanos, habremos de levantarnos solitos, unos con otros, en el empeño común de poner buena cara al mal tiempo.
Nosotros, hartos del bajo rasero del suelo, de bolsillos que te obligan a echar el paso atrás, de políticos impresentables que piensan seguir presentándose, nosotros hemos decidido ya, siquiera por unos días, mirar hacia otro lado, disimular, hacer la vista gorda. Hasta lo que está peor lo vamos a ver mejor. El alma se desespera entre indecentes que no piensan dejar de serlo, y parece avanzar con un letrero muy grande pidiendo lo suyo -las altas cosas del alma- “por favor”. Queremos que se aparten los que vienen en contra de la hermosa y natural dirección de la brisa, los que buscan taparnos el sol, ponerse delante de sus rayos justo cuando más nos urge que nos calienten.
Pero nos vamos a defender de imbéciles como nos defendimos siempre desde que Sevilla es Sevilla: vamos a contar mentiras. Vamos a contar la mentira de la felicidad más absoluta, la mentira de que en la existencia sólo nos roza el aire de otra primavera. La cruda verdad nos la vamos a sacudir de un manotazo, quizás con un dedo, como nos sacudimos la pelusa que viene a discutir la idea fija que es un traje oscuro. Y no hablemos de las chaquetas azul marino. De ellas me decía Gandía que se les pegaba de todo menos el dinero. La dura realidad se queda aparcada, hasta la vuelta, como la aparcan los recién casados que emprenden su luna de miel. La nuestra será la del Viernes Santo, la luna del Parasceve, esa que mueve cada Semana Santa de un sitio a otro del calendario. La que marca la santa voluntad de la salida de la luz así en Sevilla como en Triana.
Vamos a contar mentiras y vamos a creérnoslas nosotros solos. Lo necesitamos. Es justo y necesario. Es nuestro deber y salvación. Vamos a contar otro año esta gran mentira que es Sevilla para poder seguir soportando la mezquindad de la de días que nos quedan sin magia, sin ficciones imprescindibles, cuando el azahar se nos caiga de los naranjos, cuando nos despertemos de este sueño inverosímil de la Semana Santa y de la Feria. El tiempo se va a aliar, más que con nosotros, con los gobernantes, porque otra primavera va a ponernos, a Dios gracias -nunca mejor dicho-, la venda en los ojos para que no veamos ni los desconchones. Y se acabarán por un tiempo los notarios.
Se levantará la única acta de nuestros fervores, de nuestros anhelos, de nuestras fantasías con una ciudad fantástica. La vida sale de la probeta. Como entre en la ciencia, se la juega. Por eso mientras mi hija Marta está sacando su papeleta de sitio en La Estrella, yo puedo decir que me alegro de que lo haga un año más, porque desde que la acompaña… La Estrella llora menos. ¿Pasión de padre? Obvio. Pero esta es una ciudad que empieza a llenarse de pasiones, de quimeras imposibles para ser compartidas fuera de estos días.
Y en tanto tú te haces con las tuyas, el de enfrente te desparrama las suyas como el que, buscando sorprenderte y superarte, suelta encima de la mesa donde estás tomándote con él una cerveza un póker de ases con prodigios de Sevilla. De ahí vino un día el vaso de vino en la cara de La Macarena, el Gran Poder en la cochera del incrédulo, o la narración de miles de milagros que jamás llegarán a oídos de Roma ni falta que nos hace. ¿Es que va a comprobar el Vaticano a ver si esta luz recién llegada es verdad? ¿Es que hay santa sede o congregación capaz de estudiar las causas de este misterio superior llamado Sevilla?
Cristina: La ciudad ha roto aguas. Fuera de cuentas, desde luego, pero por fin ha sido. Con las dolorosas contracciones de saber que una muchacha no tiene ya ni primavera ni justicia. Hay cosas que lo mismo que pasan en las mejores familias, también suceden en las mejores ciudades. La luz se sabe esperada y empieza a medirse por la confianza con la que atraviesa por las ventanas. Te ha buscado en tu habitación como buscaba a Alejandro mientras vivía en Inglaterra. La luz sabe que vuelves de Madrid el viernes y te espera en el Arco. Allí te quiere ver en la ciudad con más parados del mundo, la ciudad que para poder seguir palante empieza a contarse mentiras, tralará. Hermosas, amables y necesarias mentiras en medio de la gran verdad y certeza de su inquebrantable Esperanza.
(*) José Mª FUERTES es cantautor y abogado
Leave a reply