MI HERMANO MIGUEL CAICEO
Primera parte
Escribo estos días el texto del espectáculo que Miguel Caiceo va a presentar a mediados de marzo en el Teatro Quintero, de Sevilla. Es un encargo que me hace para el homenaje que, de la mano del mítico Loco de la Colina (Jesús siempre será el loco, por mucho Quintero que se ponga), quiere dedicar al humor andaluz y, especialmente, al legado que nos dejó Paco Gandía. Las varias funciones de los varios días responderán al nombre de “El áge”, que es lo contrario del “maláge”. Naturalmente estoy encantado con formar parte de este proyecto que interpretado, además de por otros dos cómicos, principalmente por Caiceo, se abandera por uno de los comunicadores más talentosos de este país.
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Me cuento entre los miles de seguidores de un periodista impensable si no llega a ser porque es real, auténtico, original, capaz de haber inventado fórmulas mediáticas inconcebibles de no haber existido Jesús Quintero. Sólo la peligrosa y atrevida pirueta del silencio radiofónico -que con él tenía sonido- ya colma un hito jamás imaginado ni logrado antes.
Ese libreto en forma de presentación y conclusión de “El áge”, como dos corchetes que guardaran el principio y el final de un espacio agradable y divertido para los espectadores, desde mi lado personal son las últimas líneas -por ahora- que se van escribiendo con la vida de Miguel en una amistad que dura ya lo suyo.
Hago un aparte para confesar lo que me agrada seguir viéndome en presente, y no sólo en recuerdos, dentro de la farándula. A decir verdad, nunca me fui. Y me acuerdo siempre de una anécdota preciosa con Los del Río, siempre tan caballeros en la vida como en el éxito:
Una tarde, en los jardines de Villa Luisa, presentaban el libro que contaba sus biografías. Por cierto, el acto estaba organizado a la perfección -como todo lo que hace- por Silvia Peris. A la hora del aperitivo conversaba yo con el dúo internacional cuando se me acercó una persona y me preguntó:
-Perdone, ¿usted también es cantante, no?
-Bueno -contesté-, yo era cantante.
Pero al escuchar mi respuesta, Los del Río, al unísono, me cortaron en seco:
-Eso no se deja de ser nunca.
¡Cuántas veces he recordado la razón que llevaban! Lo mismo que a Carlos Feijoo, el abogado sevillano, incansable en seguir esperando mi próximo disco o escuchar la fecha de una nueva actuación, como si no se hubiera movido del Restaurante Horacio, esperándome cada miércoles con la ilusión de que le fuera contando los preparativos de mi debut en el Teatro Imperial. Gente así no tiene precio o, en cualquier caso, vale su peso en oro.
Conocí personalmente a Miguel Caiceo porque coincidimos en una gala benéfica. ¡Hay tantas! Yo sabía quién era él porque estaba candente el triunfo en Tele 5 de Doña Paca y su coletilla de “no tengo ganas na más… que de morirme”. Fue un primer encuentro discreto, sin la más mínima idea de los estrechos lazos que nos vincularían de por vida. El más importante, apadrinar a mi hija Marta. Siempre me lo pidió:
-El día que tengas un hijo, me gustaría ser su padrino.
Y así fue; porque como yo también quería de padrino para mi hija a un ser tan extraordinario y tan bueno como él, la cosa estuvo clara. Al final ha terminado pareciendo el padrino de mis dos hijas, porque a María le entraba cierta pelusilla con eso de que su hermana tenía un padrino famoso. Y la generosidad y el corazón de Miguel han sabido quererlas a la par. Incluso en los regalos: los de cumpleaños, santos y hasta pensando en ambas cuando escribe la carta a los Reyes Magos. No hace distingos de ningún tipo. Ha asumido que son las dos, no sólo Marta, quienes tanto lo quieren. Yo creo que son las únicas posibles niñas que pueden contar haber veraneado en una casa inmensa como la que tiene Miguel en Jaén, cuajada de antigüedades y piezas valiosísimas que ya sabe que con Marta y María no corren el más mínimo peligro.
Pero Miguel Caiceo, con serlo, es mucho más que todo esto. Son cerca de veinte años de verdadera amistad, sin una sola discusión y llenos de profundo respeto hacia nuestras respectivas diferencias. Muchos días buenos y malos. De ánimo y desánimo en una profesión tan maravillosa como cruel. Montones de capítulos para habernos reído -los más a Dios gracias- y otros no tanto. Una persona inteligente (el humor siempre lo es) de la que he aprendido muchos recursos para ser positivo en la vida. Y un regalo recibido providencialmente, que encima dice que lo soy yo. Hijo único, siempre afirma:
-Pepe es el hermano que me ha dado la vida.
(*)José María Fuertes es cantautor y abogado.
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