Sabiduría sin letras.-(*)
Carnicero de profesión, el chipionero Alfonso Millán Espina es a sus 46 años uno de esos personajes entrañables que hay en cualquier localidad.
Aunque por su indumentaria y aspecto físico parece el “Yeti”, su humanidad rebasa a todo ello.
Ha trabajado en casi todas las profesiones, aunque actualmente se encuentra en el paro más absoluto y enfermo de diabetes, casi sin ningún tipo de ayuda.
A pesar de ello no pierde su habitual sentido del humor y dice que durante un tiempo fue “el tonto de las mudanzas”. Todo el mundo le llamaba para trasladar muebles, aunque algunos no pagaban. Le gustaría trabajar en lo suyo, de carnicero, pero no en la gandinga.
Vive en la popular barriada de Camacho Baños, donde su casa se llueve como todas, aunque la mayor parte de los días los pasa en el Mercado de Abastos, realizando recados a la espera de un trabajo que le procure algo de bienestar.
Con catorce años le echaron del colegio y no guarda muy buen recuerdo de esa época. De sus maestros dice que eran muy buenos cuando estaban durmiendo.
Su primer pantalón largo se lo puso para ir a la mili, porque nunca tuvo medios anteriormente.
Recuerda que durante su niñez, con trece años, era para él una vergüenza tener que ir con su cuchara al comedor parroquial.”Para mí era vergonzoso pero el estómago no gasta bromas y éramos seis hermanos”, afirma este personaje que no tiene ni fotos de su primera comunión.
A pesar de su analfabetismo, Alfonso Millán es un personaje curioso porque esta carencia no le ha impedido visitar solo y sin problemas cuatro países: Francia, Portugal, Marruecos e Italia.
“Fui a Italia cuando aquel Papa que duró tan poco”, dice Millán, quien recuerda que quedó asombrado de las riquezas del Vaticano. “Había diamantes de todas clases y llaves de oro, pero no me traje nada porque había allí unos señores con unas pistolas”, cuenta con una sonrisa.Fue la primera vez que se montó en un avión y recuerda que no se bajó porque ya no podía.
También se afilió a un partido político porque se le prometió un trabajo, “pero soy soltero, analfabeto y diabético, y por eso no me dan ningún empleo”. Ahora vive con su madre, “aunque cuando me quede solo me tendré que buscar un pellejo”.
Se lamenta que su oficio ahora es el de “meterme con la gente y que se metan conmigo, porque desgraciadamente otro no me han dado”.
Algunos de los que se sirven de él lo miran con desdén después de haberlo utilizado, pero afirma con sabiduría que “al final, la muerte nos iguala a todos”.
(*) Esta semblanza/entrevista se publicó en Diario de Cádiz el 21 de abril de 1998 en las páginas de Provincia, dentro de un ciclo dedicado a personajes singulares. Desde entonces algunas circunstancias han cambiado en la vida de Alfonso Millán y otras continúan desde entonces.
Desgraciadamente su madre ya falleció y no ha encontrado todavía un “pellejo”. Durante algún tiempo estuvo contratado en el ayuntamiento chipionero para después volver al paro. En el orden anecdótico, su nómina de países visitados ha aumentado en al menos tres, al parecer Argentina, Cuba y Brasil por lo que nuestro amigo Millán no pierde el tiempo. En eso tuvo un buen maestro…
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